martes, 11 de febrero de 2014

@SeptaNy : Doran X Mellario.

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La ciudad baja se había despertado hacía ya tiempo mientras que la ciudad alta permanecía levemente adormecida. Ella llevaba despierta un rato, pero no se había atrevido a ponerse en pie. 

Había regresado a su hogar hacía ya años, pero el ritmo de Dorne se había introducido en lo más profundo de su ser, ralentizando todos sus movimientos, frenando el flujo de sus pensamientos. Mellario era ahora mucho más tranquila que antaño. No había perdido su esencia, pero había aprendido mucho.

Cuando consideró que estaba lista para afrontar un nuevo día se levantó. Se acercó al tocador que tenía junto a la ventana y se sentó frente al espejo. Tomó el cepillo y lo pasó cuidadosamente por sus rizos negros. Sonrió un instante y pensó en Arianne. Su hija había heredado gran parte de su aspecto físico y de esa pasión que la había empujado a Lanza del Sol. Se lavó la cara cuidadosamente y abrió el joyero en el que guardaba sus pequeños tesoros. Sacó una a una todas las joyas que tenía y las dejó con cuidado sobre la mesa.

El último elemento en salir de la caja de madera captó su atención. Un cordón de seda anaranjada con un pequeño sol de oro colgando. Mellario suspiró y cerró los ojos mientras apretaba el colgante con la mano.

Era la segunda luna del año. Doran la había invitado a dar un paseo por los Jardines del Agua por la noche y ella había aceptado encantada. La luz de la Luna reflejada en los estanques creaba una atmósfera misteriosa y elegante, como el porte del príncipe que la esperaba apoyado en una de las columnas de mármol.

Mellario caminó hasta él disimulando su nerviosismo y le sonrió al tiempo que inclinaba la cabeza levemente. Doran correspondió a su gesto y le tendió el brazo. La dama norvoshi se agarró con suavidad a él y caminó a su lado.

No mantuvieron una conversación densa ni intercambiaron grandes frases o cumplidos. Doran no era un hombre muy hablador y Mellario no era de las que se dejase engatusar por la palabrería. Ellos preferían compartir el silencio, las miradas, el afecto de una caricia, el cariño de un roce.

La noche avanzó al tiempo que su complicidad se enredaba y sus almas parecían conectar como nunca lo habían hecho. Llegado un momento que Mellario no sabría identificar con claridad, Doran Nymeros Martell se detuvo y tomó sus manos con delicadeza. Se sacó algo de un bolsillo y le susurró con voz pausada.

-Cierra los ojos.- 

Mellario obedeció, embelesada. Sintió el tacto cálido de las manos del príncipe en torno a su cuello, el cuidado con el que retiraba su melena y abrochaba un colgante en su nuca. 

-Lady Mellario de Norvos, ¿querríais ser princesa junto a mí?- 

La norvoshi no dijo nada, tan sólo acercó su rostro al de Doran y lo besó. Lo besó despacio, con ternura, con todos los sentimientos que había guardado para él, con todo el amor que le profesaba.

De aquello hacía ya muchos años. Demasiados. 

Mellario abrió los ojos y pensó en su hijo Quentyn. ¿Qué sería de él? Añoraba su torpeza, su rostro cuadrado y su andar patoso. Vio una pieza de sitrang entre las joyas y suspiró por Trystane. Lo había dejado en Lanza del Sol cuando apenas era un niño. 

Las cartas le traían noticias de sus hijos, pero no eran suficiente, no para ella. No para una mujer que había amado por encima de sus posibilidades. Añoraba a sus hijos, añoraba a Areo. Añoraba al príncipe de Dorne. Añoraba a Doran Martell. Añoraba a su esposo.

Ella lo había querido con toda su alma, pero Doran quería más a Dorne que cualquier cosa. Era el hombre más generoso que nunca hubiese conocido. La calma, la serenidad y la tenacidad que había demostrado habían calado en ella, pero no habían impedido que se sintiese dolida con cada acto que ponía por encima al pueblo frente a su familia, a sus hijos, a ella.

Se colocó el colgante del sol y se miró en el espejo, con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa triste en los labios.

-Con este sol iluminarás mis días, Mellario.-

-Con este sol te entrego mi corazón, Doran.-

@DaenerysSpain : Viserys X Daenerys.

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Ese día estaba especialmente feliz y tranquila. Ser Willem había traído un gran desayuno y estaba aprendiendo a leer bajo el limonero. Hacía calor y le encantaba ese lugar para refugiarse. 

- Princesa , concentraos 
- Es que hace tan buen día - suspiró - ¿Dónde está Viserys? 
- El príncipe está estudiando libros en Valyrio arriba, necesita estar solo 
- Pero ... yo quiero que juegue conmigo
- Está ocupado y vos también, deberíais preocuparos por leer y no por jugar

Se quedó pensativa un momento y miró a la parte superior. Su hermano parecía muy concentrado en sus cosas. 

- Ser Willem - dijo ella casi en un susurro - ¿Viserys me odia? 
- No princesa, es vuestro hermano, no creo que os odie - dijo acariciando su cabello. 

Volvió a concentrarse en la lectura, quería ver a Viserys al terminar, le encantaban sus historias de dragones y princesas en el palacio pero nunca le hablaba de su familia. 

Cuando hubo terminado todos sus quehaceres, subió con cuidado la escalera y tímidamente tocó en la puerta de su habitación. 

- Adelante - oyó decir
- Viserys - dijo sonriente - ¿cuando vas a enseñarme Valyrio? 
- Más adelante, primero debes aprender a leer bien, ¿Ser Willem no te dijo que no me molestases? 
- Si - dijo triste - pero el necesitaba descansar, yo estaba aburrida y sola, quería uno de tus cuentos, hablar de algo
- Y - dijo el girándose para encarar a su hermana - ¿De que quieres que te hable?
- De padre, de madre - dijo sentándose en el suelo - de nuestro hermano
- Padre era un hombre ... especial, el y madre eran hermanos como nosotros y se casaron para conservar la sangre pura de los Targaryen, y Rhaegar era un hermano genial, un buen luchador y le gustaba la música del arpa.
- ¡Vaya! - dijo sorprendida -¿Cómo eran? ¿Se parecían padre y Rhaegar?
- En nada, padre siempre fue delgado y Rhaegar era muy fuerte, pero Rhaegar siempre respetaba a padre hasta que se fue con la chica lobo, madre decía que yo al ser tan delgado me parecía más a padre. 
- ¿Y madre? ¿Cómo era?

La cara de Viserys entristeció por momento, buscó en un cajón cercano a donde guardaba sus libros. Sacó una corona preciosa, con diamantes y el emblema de la casa Targaryen,era una corona preciosa. Dany deseaba tocarla pero Viserys no la dejaba. Era su bien más preciado. 

- Era muy guapa, buena, risueña ... ella siempre te hablaba cuando estabas en su vientre y te cantaba, jugaba conmigo y aconsejaba a Rhaegar ...físicamente - dijo mirándola a los ojos - tu eres igual que ella

Viserys le dedicó una sonrisa, el nunca solía sonreír así y puso la corona en la cabeza de Dany, aunque era pesada y le quedaba un poco grande lucía muy bonita en ella.

- Toda una reina - dijo su hermano
- Entonces necesito un rey - dijo ella riendo 
- Yo seré tu rey 

Su hermano la cogió de la mano y bailó con ella riendo por la sala, volvieron a sentarse y Dany le dio un pequeño beso en sus labios, como había leído en los libros de amor, Viserys se ruborizó. Le abrazó fuerte y el respondió protector a su abrazo, quería a su hermana pese a todo el dolor que le causó la pérdida de su madre. 

- Viserys, te quiero, tu serás mi rey y yo seré tu reina,y algún día me casaré contigo

@TargaryenAegon : Ned X Cat

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Estaba próxima la llegada del Rey a Invernalia y vendría con él toda la corte y cientos de caballeros. Acababa de enterarse de la muerte de Jon Arryn y por momentos el castillo parecía más frío de lo que ya era. Jon había sido como un padre para él.

Se escuchaba más ajetreo entre pasillos y patios de lo que solía ser costumbre, todo tenía que tener el mejor aspecto posible pues hacía nueve años de la última ocasión que Robert y Ned se habían visto y quería darle a su viejo amigo la sensación de sentirse como en casa cuando llegase. Había decidido que sería un buen detalle que junto al lobo huargo de su Casa hondease al viento el venado coronado del Rey en las torres más altas de la muralla.

Finalmente, dos noches antes de la visita real, Ned pudo encontrar tiempo para pasar tiempo a solas con su mujer. Había estado de caza y supervisando el aprendizaje de sus hijos en el patio de armas y el tiempo que le dedicó a Cat los últimos días habían sido escasos, por lo que quería tener un momento especial con ella. Hay quien podría decir de él que era un hombre muy serio y quizás algo frío. Que el tiempo en Invernalia le había congelado la sonrisa. Ned llegó a sus estancias acompañado por el maestre Luwin, y Cat ya lo esperaba allí. Ned sonrió ante la escena.

-Puede retirarse ya, lo veré a la mañana y hablaremos de esas cuentas- dijo Ned con un tono amable acompañado de un palmeo en la espalda al maestre Luwin, sin siquiera mirarle, absorto en ese momento en la mujer de cabellos caoba que le sonreía.
Cat estaba sentada en la cama, y en los labios guardaba una sonrisa que quería evitar que se le escapara. 
Quería mantener una figura sería, pues estaba segura que Ned había olvidado el día que era. Un día como aquel de invierno, un hombre del Norte volvía de una guerra interminable a casa. A su hogar. 

-¿Recuerdas el día que es hoy?- dijo ahora sí, una sonriente Cat.
Ned, entró y cerró la puerta de madera. Todo lo hizo con una dedicada pausa. Se volvió y se dirigió hasta ella clavando su mirada en los ojos azules de ella. Y sin responder directamente a su pregunta, le dijo las palabras que aquella noche le dijo. Había perdido en esa guerra a un padre y a dos hermanos.

-"Cuando cae la nieve y sopla el viento blanco, el lobo solitario muere, pero la manada sobrevive. El verano es tiempo para riñas y altercados. En invierno tenemos que protegernos entre nosotros, darnos calor mutuamente, unir las fuerzas"- Aquella noche el Señor de Invernalia, su esposo, volvía a casa y le prometía que la iba a cuidar.

Que ningún mal los iba a separar nunca más. Ni leones, ni krakens, ni dragones… El gran lobo huargo cuidaría de su manada.
Cat cogió su mano e hizo que se sentara a su lado. Poco a poco con el tiempo, aquel extraño se había convertido en un gran padre y en un gran esposo. Lo amaba. Y no solo como se aman los jóvenes que buscan el calor en las noches. Un amor que iba más allá.
Pero Ned tenía una sorpresa. De sus ropas sacó una tela que guardaba algo en su interior. Sintiendo la mirada atenta de Cat en él, abrió la tela con cuidado y de allí sacó una flor.
No era una flor que creciese en Invernalia ni en sus proximidades. Era una flor de Aguasdulces, el hogar de Cat.

-Siempre. Siempre recordaré el día que volví a casa- Ned dio a Cat un dulce beso, de amor verdadero. 

@BraavosBank : Tysha X Tyrion.

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Un rayo de sol se coló por la ventana, y la despertó iluminando su rostro. La joven se incorporó, levantándose lentamente del lecho a medida que se iba despertando. Llevaba un camisón blanco, el que llevaba todas las noches, y una sonrisa en la cara que ayer no estaba ahí. Se miró al espejo. Definitivamente, esa sonrisa no era suya, hacía mucho tiempo que no sonreía así. Trató de pensar un posible motivo para aquella expresión, quizá... quizá fuera por algo que había soñado. Su sonrisa se hizo aún más poderosa. Sí, era por eso, no había duda.

Se dio la vuelta y abrió el arcón que tenía a los pies de la cama. Se quitó el camisón despacio, totalmente centrada en sus pensamientos, tratando de recordar su sueño, sin prisas, paso a paso, escena a escena. Estaba eufórica, su cabeza funcionaba a toda velocidad, pero ella se contenía, manteniendo la calma. “Bueno... ¿Qué sucedía en mi sueño?” pensó, mientras doblaba el camisón para guardarlo. “Me recuerdo a mí... estaba nerviosa, desde luego, y muy bien vestida, pero ¿Por qué?”

Cogió una túnica azul y la miró de arriba a abajo, comparándola con el vestido que recordaba en su sueño. “Es curioso...” se dijo para sí mientras se vestía, “Creo que en mi sueño tenía la edad que tengo, pero... no sé, lo sentía tanto como si fuese un recuerdo...” En realidad lo era, pero ella aún no era consciente, uno de esos recuerdos que tu mente entierra, y te vuelve a mostrar entre sueños, distorsionados... cambia la época, la gente, el lugar, pero sigue siendo un recuerdo.

Se abrochó con cuidado el vestido y se sentó en el escritorio que había en su cuarto. Suspiró, añorando algo que aún no sabía lo que era. A sus 26 años, no había llevado una vida desdichada, al menos no desde que llegó allí, pero en estos instantes se sentía tan feliz que llegó a creer que el resto del tiempo no había sabido lo que era la felicidad. “Bueno, hubo una vez...” miró fijamente un cajón de la mesa, uno pequeñito que no había abierto desde hacía años, “hubo una vez que fui aún más feliz que hoy.” Ni ella recordaba a que se refería al pensar en eso, es como si un lado de su cabeza que ella no podía controlar le estuviera mandando señales sobre algo que había olvidado. Quizá la respuesta estaría en el cajón, pensó, y dirigió su mano con intención de abrirlo.

Algo la detuvo, en ese momento una mano golpeó su puerta. Era el aviso de que el desayuno ya estaba listo, y era hora de bajar. Sin embargo, no estaba segura de que fuese eso lo que le impidió abrir el cajón, o fue ella misma, temerosa de la verdad. Salió de la habitación como un relámpago, pensando nada más que en aquel misterio que enturbiaba su mente. Trató de saber algo más sobre su sueño, quizá hallase una pista que le llevase a la verdad. “Era una fiesta, eso seguro, o al menos algún tipo de celebración, algo por el estilo... Mi vestido era dorado y rojo, precioso.” Bajó las escaleras que separaban los dormitorios del comedor. Ya había muchas chicas sentadas.

Se sentó en su asiento, todavía pensando en qué se estaba celebrando. Frente a ella, un plato con algo de pan y huevos y un vaso de agua. Tanto le daba, fuese lo que fuese se lo habría comido igual, sin pensar ni siquiera en lo que le estaban dando. Tenía la cabeza en otra parte. “Vamos a ver, había más gente, y creo que alguien me esperaba... ¿Quién? ¡Maldita sea, no podías haber mirado a otro sitio que no fuese el suelo, tonta! Un momento, creo que me acuerdo de algo... había un septón, y una especie de altar...”

Por fin lo había averiguado. Se sintió tan bien que lo dijo en voz alta sin darse cuenta.

- ¡Me estaba casando!

- ¿Te encuentras bien? - La chica que estaba a su lado se giró, extrañada.

- ¿Eh? ¡Oh sí! - En cuanto se dio cuenta de que se le había escapado se sintió muy avergonzada, pero estaba tan contenta que no le dio mucha importancia. - Sólo pensaba en voz alta, Alys.

- ¿Sobre bodas? - Un tema bastante curioso aquí.

- Ja ja ja, si... es que es una cosa que he soñado. - Trato de explicarse como pudo, - No recordaba bien que es lo que pasaba en el sueño y llevaba toda la mañana pensado.

- ¡Que extraño! ¿Verdad? - Alys sonrió, divertida. - Porque tú no estás casada. quiero decir, es evidente que estando aquí no estás casada, pero tampoco lo estuviste ¿No? Llegaste muy joven...

- No, nunca me... - Una sensación de horror le golpeó en el pecho, un sentimiento de que si seguía pensando por ese camino podría dar de bruces con algo que no le gustaría recordar, y se sintió de repente completamente angustiada - Disculpa... - Trató de disimular - Disculpame, Alys, tengo que ir a mi habitación a... por algo.

- Tranquila, responderé por ti - Dijo, con una mirada compasiva, y añadió, dando a entender que el cambio de humor de su amiga no le había sido indiferente - Si necesitas ayuda, búscame.

Subió las escaleras hacia su cuarto casi llorando, y ni siquiera sabía por qué. ¿Qué le estaba pasando? ¿Qué fantasma del pasado había decidido atormentarle ahora? Todo había empezado tan bien... Y ahora allí estaba, llorando, los siete sabían por qué, frente a la puerta de su cuarto. Se enjugó las lágrimas y abrió la puerta.

Allí estaba, el dichoso cajón, lo abriría y acabaría de una vez con todo esto. Cerró la puerta, se sentó en la silla y lanzó una maldición a los siete por jugar con ella de esta manera. Respiró hondo y abrió el cajón. Un dragón de oro. Sólo eso. Un cajón vacío con una moneda.

Su mente viajó muchos años atrás, a una época que ya había olvidado. Estaba en un bosque, de noche, sola, esperando, pero no tenía miedo. Es increíble el valor que puede demostrar una chiquilla enamorada. Pronto vio la luz de un farolillo a lo lejos y supo que era Él. Recordó la noche anterior, en aquel mismo lugar, su lugar secreto...
- No puedo hacer eso, ¡pídeme otra cosa! - Le dijo a Él, muy nerviosa y avergonzada.

- ¿Por qué no, mi amor? ¿Qué hay de malo? Cásate conmigo y serás la señora de todo occidente.

- Pero yo no puedo ser señora de nada... Tú has nacido para ser señor, tu padre es... - El chico la besó para silenciarla, y volvió a mirarla a los ojos, con todo el amor que podía demostrar.

- Dime que sí. - Insistió.

- ¡Es de locos! Tu y tu hermano me salvasteis, y eso es más de lo que una pobre huérfana puede llegar a soñar. Tu eres mi caballero, pero no creo que yo sea una dama. - Una lágrima asomó en su mirada, ella le quería, pero sentía que debía renunciar a él.

- Dime ahora mismo que no quieres y me iré. - El joven esperó unos instantes la respuesta, pero tal como pensaba, no hubo ninguna. - Dime que sí, dime que sí y te juro que mañana mismo nos casaremos, traeré un septón, y te pondrás un vestido de cuando mi hermana tenía nuestra edad.

Como prometió, le había mandado el vestido aquella mañana usando a un sirviente de su padre, era un vestido precioso, de un rojo intenso, con ribetes dorados y bordados de leones. No esperaba menos de un vestido que había pertenecido a la mismísima Cersei Lannister.

Su caballero andante se acercó, acompañado por un septón y le habló:

- Mi señora, estáis preciosa, a pesar de que llevéis un vestido de mi hermana - dijo, con esa sonrisa burlona que ponía cada vez que hacía algún chiste. - Os lo preguntaré otra vez, Lady Tysha, ¿Me haríais el chico más feliz de los siete reinos casándoos conmigo?

- Será un honor llevar tu capa, Tyrion.

@FJEsLite : El calor del corazón.

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El calor del corazón

“¡Muertos…!” No podía pensar otra cosa. “¡Bran! ¡Rickon! ¿Ya nunca volveré a veros? ¡Y todo por mi culpa!” El crepitar de las llamas sólo podía atenuar los sollozos de Robb, que estaba a solas en sus aposentos provisionales. Viento Gris lo observaba en silencio desde los pies de la cama, con gesto pesaroso. El huargo emitía de vez en cuando algún gemido ahogado, como si también llorara la pérdida. Tal vez sentía que sus hermanos, Verano y Peludo, tampoco estaban ya. Había oído muchas historias de la Vieja Tata, cuentos que seguramente eran falsos, pero, ¿hasta qué punto? Él mismo había comprobado la conexión que tenía con su lobo; quizás también lo estuviera con sus hermanos.
En cualquier caso, eso daba igual. Estaba hundido. Debía haber hecho caso a su madre cuando le advirtió acerca de Theon y Balon Greyjoy. Había confiado en él como en otro de sus hermanos; le había encomendado la tarea más importante de todas las que había asignado a sus capitanes… y le había traicionado. Aquella rata miserable no sólo se había limitado a marcharse a su casa, a las Islas del Hierro, sin convencer a su padre de que le prestara ayuda contra los Lannister; el muy mal nacido había aprovechado su información para atacar el Norte mientras estaba desguarnecido, incluso tomar Invernalia. Todo eso era propio de una sabandija, la única palabra que se podía aplicar a alguien tan ruin. Pero nunca llegó a pensar que fuera tan desalmado como para asesinar a los niños con los que se había criado desde los diez años. ¿Es que para él no eran como hermanos? ¿Todo aquel tiempo había estado esperando el momento oportuno? ¿Acaso aquella vez en el bosque, cuando los salvajes asaltaron a Bran y la situación era crítica, la verdadera intención de Theon era atravesar también con aquella flecha a Bran? ¿Quizás provocar que el tipo le degollara? No podía creerlo. Era demasiado frío y despiadado hasta para el más pérfido de los Lannister.
“Madre…” pensó, preguntándose si habría vuelto ya a Aguasdulces de su misión en el sur, de la entrevista con Renly que, al final, parecía no haber servido de nada. Hasta allí había llegado la nueva de la muerte de uno de los cinco reyes, a manos de uno de sus guardaespaldas al parecer. “¿Cómo estará? Mal, seguro… y no estoy allí para consolarla; no está aquí para consolarme… Aunque no hay consuelo que valga”, se dijo.
Tan ensimismado estaba en su tristeza que no se percató de cómo Viento Gris miraba en dirección a la puerta primero y luego gruñía de manera sorda. Sólo unas voces en el exterior, las de los guardias que custodiaban los aposentos, pudieron sacarle de aquel pozo oscuro en el que había caído. Se dio cuenta de que apenas podía respirar y de que los ojos le picaban mucho. Se limpió las lágrimas de la mejilla y las cuencas con el dorso de la mano y tomó el pañuelo, con un huargo gris bordado, del bolsillo de su jubón. Se sonó la nariz, enrojecida por el llanto, y volvió a prestar atención al exterior, donde parecía haber revuelo.
Se incorporó de su posición fetal, tumbado sobre las mantas, y se acercó hasta la puerta para escuchar mejor. Los centinelas mantenían una acalorada discusión con alguien, diciéndole que el rey había dado órdenes estrictas para que nadie le perturbara. Aquello era bien cierto, recordaba haber dicho algo así antes de derrumbarse en la intimidad de su cuarto. No obstante, la persona debía de seguir insistiendo, pues el altercado no se sofocaba. Decidió tomar cartas en el asunto. Giró el pomo de bronce de la puerta y la entreabrió, pudiendo ver la escena entonces.
“¡Jeyne!” se sorprendió, pues no esperaba recibir su visita en aquel momento. La joven Westerling había estado visitándole a diario, cuidando de las heridas que había recibido durante el asalto a su propia fortaleza, el Risco. Había agradecido su compañía y sus atenciones, pero siempre había creído que en el fondo sólo lo hacía para contentar al invasor y evitar males mayores.
—Pero… ¡tengo que verle! —protestaba enérgicamente, sin darse cuenta de la rendija que quedaba ahora entre las dos hojas de la puerta, abierta en medio del calor de la disputa.
—¡Imposible! ¡Su majestad ha dicho…! —replicaba un soldado norteño.
—Ha dicho que pase —terminó él la frase con voz autoritaria, aunque algo nasal por los sollozos.
Los tres se quedaron mudos al instante. Pudo ver cómo los ojos de la chica se abrían como platos, sorprendida por su intervención. Los guardias en cambio disimulaban mejor su estupor, limitándose a mirar de reojo a su espalda con gesto ambiguo. Tiró del pomo y le franqueó el paso a la muchacha, haciendo los hombres lo propio, apartándose a un lado. Ella tardó un instante en reaccionar, pero al final se internó en la estancia y Robb cerró tras ella.
Observó sus movimientos, algo torpes, pasos cortos y sin destino claro. Tenía nublado el juicio por la pena, pero aún en ese estado podía advertir que su única meta había sido llegar hasta allí; ahora no sabía qué hacer ni qué decir. Un arrebato pasional digno de mención y que, en cierto modo, le reconfortaba. Seguramente la presencia de Viento Gris, que mantenía los ojos clavados en ella, no ayudaría demasiado. Sabía que tenía miedo del huargo, aunque fuera inofensivo, al menos para quienes no quisieran provocarle ningún mal. Recorría la habitación con la mirada en busca de una salida a aquel embrollo en que se había metido, pero era incapaz de hallarla.
—Tomad asiento si os place —dijo, sabiendo que el único lugar apropiado para tal fin era la cama sobre la que había estado sollozando hasta hacía un momento.
La muchacha se aferró a aquella cuerda con todas sus fuerzas y, tras un escueto asentimiento, se posó sobre el borde del colchón de plumas, perdiendo luego la vista en el suelo alfombrado, iluminado cambiantemente por las llamas de la chimenea. Robb se acercó con paso lento y pesado. Se detuvo a medio camino para acariciar la cabeza de su huargo, que la bajó de inmediato, dando por finalizado la posible amenaza. Luego continuó hasta el lecho y se sentó junto a Jeyne, dejando un margen entre ellos para no incomodarla más. Sus ojos también recorrieron la estancia, como si buscaran la respuesta al por qué de tanto dolor. Igual que ella, no la encontró.
—Lo… lo siento, mi señor —oyó salir débilmente de entre sus labios, vencedores por fin ante la vergüenza—. I-imagino lo mucho que significaban vuestros hermanos para vos y vuestra madre…
—Gracias —se limitó a responder. No estaba de humor para grandes elocuencias.
—Si puedo hacer algo por vos… —se ofreció con gesto compungido.
Robb elevó la vista y la centró en su bonito rostro en forma de corazón, ensombrecido por la pena, en sus ojos castaños, que brillaban conteniendo las lágrimas. Los suyos, azules y puros, se habían enrojecido de tanto llorar, pero aún veían con claridad la sinceridad en los de ella. Por fin negó con la cabeza, cerrando los párpados con aflicción.
—Lo único que desearía es poder volver a estrechar a mis hermanos entre mis brazos, verlos corretear otra vez por las galerías de Invernalia… Mas no tenéis el poder de hacerlo —replicó.
—Ojalá lo poseyera —lamentó.
—Sí, ojalá…
Se hizo de nuevo el silencio. Sólo la respiración del enorme lobo de pelaje gris y el crepitar de las llamas en la hoguera rompían el mutismo. La joven no sabía qué decir para consolar la pérdida que había sufrido, eso estaba claro. En cuanto a él, las palabras se le ahogaban en la garganta. Pero era el rey, debía sobreponerse a todo aquello. Había recibido un gesto más que cortés por parte de ella y tenía que estar a la altura de las circunstancias. Quiso darle su gratitud, pero fueron cosas muy distintas las que brotaron de sus labios.
—Cuando los Lannister ejecutaron a mi padre, sólo pensaba en vengarme de ellos. Quería matarlos a todos, que no quedara ni uno vivo o sin tormento. Eso me dio fuerzas para seguir la lucha, para no rendirme y llegar hasta aquí, poniendo en jaque a mis enemigos —comenzó, manteniendo un tono firme a pesar de que la voz se le quebrara a veces—. Pero aún no he conseguido nada, sólo acabar con un pariente relativamente lejano de Joffrey en Cruce de Bueyes; ellos siguen teniendo a mis hermanas cautivas y yo al Matarreyes; Tywin Lannister resiste a pesar de todos los reveses que le asesto; y mi padre no volverá por mucho que combata, por muchos hombres que mate…
Una lágrima resbaló por su mejilla, incapaz de retenerla. Instintivamente, Jeyne la recogió con el dorso de la mano y su caricia le resultó cálida, reconfortante, algo que le recordaba que no estaba solo en aquello, que había mucha gente detrás de él, sosteniendo sus estandartes. Debía mantenerse fuerte por todos ellos, por la causa justa por la que daban su vida. Miró a la muchacha y se dio cuenta de que se había ruborizado. Había realizado aquel movimiento sin pensar y ahora parecía arrepentida de su atrevimiento. Le tomó la mano y, sobresaltada, clavó su mirada en él, con una cuestión muda en los labios.
—No os sintáis mal por eso. Os agradezco el consuelo que me dispensáis.
—Yo… —Enrojeció aún más si cabía, desviando la mirada hacia su regazo, donde permanecían las manos unidas—. Yo sólo deseaba Transmitiros mi pesar y tratar de mitigar vuestro dolor…
—Una noble intención —aseguró, estrechando sus dedos con los suyos y dibujando una tenue sonrisa, lo máximo que le permitía la tristeza—. Quisiera recuperar a mis hermanos, pero soy consciente de que es imposible. Sólo puedo rezar para que los Dioses los acojan en su seno. Después acabaré con esa rata traidora de Theon… —concluyó, destilando odio, ira y dolor en cada sílaba, por sus ojos azules, fríos como el hielo, por cada poro de su piel.
—Puede que eso no os devuelva a vuestros seres queridos, mi señor, pero sin duda haréis justicia ante los hombres y los Siete —repuso ella, aceptando el tacto de Robb y relajándose un poco.
—La mayor justicia sería que continuaran con vida —contestó, suspirando, intentando expulsar aquella presión que le atenazaba el pecho—, pero tendremos que conformarnos con la que nos permitan los dioses. Espero poder cortar la cabeza de los Lannister y los Greyjoy con mis propias manos.
De nuevo silencio, pero esta vez no fue tan tenso como la anterior. Jeyne giró la mano que aún mantenía aferrada con la suya y le devolvió las caricias. ¿Cuándo había empezado a acariciársela? Ni siquiera se había dado cuenta, lo había hecho de manera inconsciente. En cualquier caso, agradecía el contacto en aquel momento, pues era lo único que parecía mantenerle unido al mundo en lugar de sumirse en un pozo de tinieblas.
—Desde que llegasteis aquí, incluido el día del asalto —comenzó la chica, mirándole al rostro—, siempre he visto en vos una nobleza digna de un rey; no del rey Robert, cuyo aspecto es más similar al de un borracho de taberna que al de un monarca, sino uno de esos reyes antiguos, con ese aura especial que empuja a los caballeros a seguirlos hasta el fin del mundo… Sé que si juráis vengar la muerte de vuestros seres queridos, lo cumpliréis o moriréis en el intento.
—¿Y si es lo segundo? —inquirió.
—Entonces lloraré vuestra muerte —respondió sin vacilar.
Una sonrisa triste se dibujó en los labios de Robb. Aquella chica lograba enternecerle en un momento en que su corazón se había convertido en un témpano de hielo, más frío y duro que el mismísimo Muro. Ella era capaz de traspasar aquella piedra que ahora se alojaba en su pecho y hacerle revivir sentimientos más allá de la desolación. A su memoria venían todos esos días en que ella le había proporcionado cuidados y compañía durante su convalecencia por las heridas sufridas en el asalto al Risco. Siempre se preocupaba por él. No dudaba de que derramaría muchas lágrimas en su memoria.
—Bran… —empezó, al hilo de sus palabras— siempre quiso ser un bravo caballero. Soñaba con todas esas historias que le contaba la Vieja Tata. Se parecía a tu hermano. Seguro que habrían sido buenos amigos —repuso, viendo en rollam un vivo reflejo—. Pero primero los Lannister lo dejaron tullido y ahora… —musitó. Las caricias de la chica se hicieron más nítidas, reforzando su agarre—. Y en cuanto a Rickon… él ni siquiera ha vivido lo suficiente como para saber qué quería ser. Aún lo veo caminando con torpeza a la entrada del banquete…
Los recuerdos acudían a su mente como un caudal desatado, un torrente de imágenes, voces y sensaciones que socavaban la poca resistencia que había logrado mantener. La idea de no volver a verlos nunca se le antojaba insoportable. “¿Qué culpa tenían ellos, Theon? ¿Por qué has tenido que matarlos? ¿Para que todos viéramos quién eres realmente, un asesino?”
—Os comprendo, mi señor —dijo Jeyne, sacándole de su ensimismamiento con suaves caricias a lo largo del antebrazo con la otra mano—. Si algo tan terrible les sucediera a mis hermanos pequeños… No sabría qué hacer —añadió—. Pondré velas en el septo para orar por sus espíritus.
—Sois muy amable, mi señora —replicó, esnifando y esforzándose por no derramar más lágrimas.
—Espero que no tengáis que sufrir más pérdidas tan dolorosas como éstas en lo que resta de la guerra.
—Me temo que eso es imprevisible en una situación así… —repuso, aunque en el fondo quería abrazar aquellas palabras.
Se quedaron callados una vez más. En esta ocasión, viento Gris se incorporó de la alfombra y se sacudió con cierta virulencia, gruñendo. Luego empezó a pasearse intranquilo por el cuarto, como si no estuviera cómodo. Finalmente se dirigió a la puerta, la cual rascó con una de las zarpas delanteras.
—Parece que quiere salir a dar una vuelta —comentó Robb, levantándose de su sitio y librándose grácilmente del agarre de la joven.
—Yo también debería irme ya. He cumplido con mi propósito —repuso ella.
—Haced como gustéis, mi señora, mas… —Dejó la frase sin terminar mientras abría la puerta al huargo para que pudiera vagar libremente por los pasillos. Estaba bien educado y no temía que ocurriera ningún altercado.
—¿Mas qué?
—Me gustaría que os quedaseis un poco más. Vuestra presencia me reconforta —concluyó después de haber cerrado.
Al mirarla, pudo ver que Jeyne se había crispado de repente. Se había quedado más rígida que una piedra y tenía el rostro encendido. Sus manos arrugaban con fuerza la parte alta de la falda, que reposaba en su regazo, y mordía su labio inferior con la vista clavada en el fuego de la hoguera. Se acercó a ella despacio y aquello la sacó de su trance, pues todos sus gestos se relajaron bastante.
—¿E-estáis seguro de eso, mi señor? —musitó dubitativamente.
—Por completo, mi señora —replicó sin vacilar.
Se sentó de nuevo a su lado, pero ya no retomaron la postura anterior. Sus manos estaban alejadas ahora, cada una en su territorio, y el silencio volvía a ser tenso, capaz de cortarse con un cuchillo. Robb resopló, hastiado por las cargas que no dejaban de aumentar sobre sus hombros.
—Esta corona no es tan fastuosa como otras, pero pesa mucho sobre las sienes —repuso, mirando de reojo al objeto que reposaba sobre una mesita, cerca del cabecero de la cama.
—Podríais mandar aligerarla a un orfebre —sugirió con inocencia, arrancándole una sonrisa de los labios.
—Me temo que eso no daría resultado. Lo que pesan son sus cargas; tengo que soportar un reino sobre mi cabeza, así como la muerte de mi padre y mis hermanos… y de cientos de hombres que luchan en mi nombre. No creo que haya orfebre capaz de cambiar eso.
—Lo lamento mucho —dijo con el rostro compungido—. Siempre os había visto como un rey honorable y valiente, como alguien a quien admirar. Pero olvidaba que sois tan joven como yo y todas las desdichas que os han llevado a portar esa corona. No hay reino ni gloria que compense tanto sufrimiento —se explicó, posando una mano sobre la del chico, retomando así su intento de consuelo.
—Sí, ojalá pudiera seguir siendo sólo el heredero de Invernalia, jugar con mis hermanos en la nieve, acompañar a mi padre en sus audiencias y reuniones, y estudiar con el maestre Luwin historia, escritura, cuentas… —Notó cómo la mano de la muchacha se deslizaba a lo largo de su brazo, hasta el hombro. Ladeó la cabeza para mirarle el rostro.
—Temo ser egoísta, mi señor, porque yo no desearía tal cosa —contestó en un tono ambiguo, entre triste y confidencial.
—¿Por qué motivo? —inquirió, poniéndose alerta de inmediato.
¿Era todo una trampa? ¿Sería en realidad una lacaya de los Lannister? ¿Habría esperado a quedarse a solas con él, sin Viento Gris delante, para sacar un puñal del vestido y atravesarle el pecho? Un millón de preguntas se agolpaban de pronto en la mente de Robb y, quizás por eso, no vio venir el golpe directo a su corazón.
La chica se acercó de improviso y fundió los labios con los suyos, en un tierno y dulce beso, el primero que había recibido en toda su vida. El rostro de Robb se ruborizó, pero no perdió de vista la posibilidad de que lo próximo que notara fuera el frío acero cortando su piel, a pesar de lo aparentemente real que había sido aquel gesto. Pero en su lugar, fueron los dedos de su mano los que acariciaron los cabellos rojizos de Aguasdulces con cariño, dejándole aún más confuso.
—Porque… si no… no os habría conocido… —dijo en un susurro que abandonó sus labios con sigilo, antes de que volvieran a beber del amor que sentía por él… que era correspondido…

@DayneAllyria : Joffrey X Margaery.

@DayneAllyria : http://www.twitlonger.com/show/n_1s0dohk

<< Maldita sea. Si llego a saber que sería tan difícil ni me lo hubiera planteado >>. Joffrey llevaba media mañana dando tumbos por la Fortaleza Roja en busca de su regalo para Lady Margaery, pero fuera del ámbito donde solía encontrarlo le suponía un hallazgo imposible. 

De hecho, ni se habría planteado regalarle nada de no haber sido por las estúpidas doncellas que oyó cuchichear cuando se dirigía a la Sala del Trono, lugar donde se solía refugiar para pensar en sus cosas o, lo que vendría a ser lo mismo, retomar su siesta mental, pues el cerebro de Joffrey vivía en un Invierno constante. 
Escuchó al grupo de jóvenes mujeres comentando con cierta sobreexcitación fantasías y divagaciones sobre lo que podría llegar a suceder el próximo día. Por lo general no habría prestado ninguna atención y de un grito las habría devuelto a sus labores, pero en esa ocasión la curiosidad pudo a su desinterés. Joffrey se detuvo junto a ellas con indiferencia mal fingida y llamó su atención –Señoras -espetó con desdén y aguardó unos pocos segundos hasta que todas estuvieron mirándole en silencio- ¡Arrodillaros ante vuestro Rey! –a lo que inmediatamente todas obedecieron, mirando al suelo o entre sí, confusas. Joffrey señaló a una al azar y antes de que pudiera inclinarse le dijo que se mantuviera en pie- Explícame qué cuchicheos eran de tan suma importancia como para dejar de lado tus responsabilidades.


-Y-yo…-empezó la muchacha atemorizada, clavando la mirada en el suelo- L-lo lamento, Alteza.


-¿Qué pasa? ¿Se te ha comido la lengua el gato? ¿Tengo que llamar a Ilyn Payne para que lo compruebe? Te he ordenado que hables.


Un escalofrío recorrió el cuerpo de la joven con nada más oír ese nombre, se apretó las manos y mantuvo la mirada fija para no perder la compostura. Habló en la medida que le fue posible –Disculpe, mi Señor...digo, Alteza… Hablábamos de… San Valentín, nada importante. Lo lamento, Rey Joffrey…


-Yo valoraré si es importante –La interrumpió Joffrey -¿San Valentín, dices? A ver, qué es esto de San Valentín.


Otra de las muchachas, aparentemente mayor, se incorporó con cautela con la intención de sacar del apuro a su compañera –Yo os lo explicaré, Alteza, si me lo permitís –Aguardó la reacción de Joffrey, y al ver que no se inmutaba lo consideró una invitación a proseguir- Bien, San Valentín es la festividad de los enamorados; el día perfecto para las declaraciones de amor y la consolidación de las relaciones con presentes.


Joffrey frunció el ceño, tratando de asimilarlo. No era la primera vez que oía hablar sobre ese día pero nunca había encontrado nada fuera de lo normal en él << Menuda estupidez. Si realmente fuera el día de los enamorados mi madre lo pasaría cada año con Robert, no con Jaime encerrados en la habitación >> pero por otro lado no quería dejarlo totalmente de lado, al fin y al cabo si la gente hablaba sobre ello debía de tener algo de importancia –Ah, claro. ¿Y esto de San Valentín también lo celebran en el Dominio?


-Por supuesto que sí, alteza –Afirmó la misma muchacha -¿Estáis pensando en hacer algún detalle a Lady Margaery?


-Lo que haga o deje de hacer con Lady Margaery no es de vuestra incumbencia. - << Mierda. ¿Tan obvio es? Seguro que van a correr a decírselo >> - Volved a vuestras tareas, y no habléis más de la cuenta si guardáis algún aprecio a vuestras sucias lenguas. 


Joffrey dio media vuelta sin preocuparse más por ellas y prosiguió su camino hacia la Sala del Trono, donde dio vueltas y vueltas al que tendría que ser el regalo perfecto para su futura esposa. No necesitaba impresionarla, ni siquiera enamorarla, sabía que Margaery estaba loca por él, no solo era el marido perfecto sino que iba a convertirla en la Reina. Y por eso mismo tenía que encontrar un presente a la altura de las circunstancias << Los Reyes deben ser la envidia del pueblo, y nunca está de más recordarle a Sansa lo que perdió por su sangre traidora >>. Pero ¿Cuál iba a ser ese regalo? A Joffrey no se le daba especialmente bien complacer, y aún menos pensar en los demás. Tampoco se podría decir que entendiera mucho a las mujeres. << Seguro que Cersei sabría qué regalarle >> podría tratar de preguntárselo pero con los preparativos de la boda su madre no tenía ni un minuto para él… Pero pronto encontró la respuesta que andaba buscando << ¿De qué dice Cersei que le gusta rodearse a Margaery…? >> Y así se hallaba Joffrey el mismo día de San Valentín recorriendo la Fortaleza Roja en busca de gallinas. En otras circunstancias habría tenido suficiente con ir a la cocina, pero ésta vez le interesaba conseguirlas con vida. Bajó a los establos a probar suerte, y sin más ganas de pasearse en vano encargó a un mozo que buscara un par de ellas -las mejores que pudiera encontrar- y que se las llevara de inmediato. Al cabo de unos minutos regresó con el encargo y se lo entregó en mano. 


La caja era de madera y no pesaba demasiado, pero el tamaño de ésta junto al estrépito de los animales llamaba la atención de cualquiera. << Nunca entenderé a las mujeres >> se decía Joffrey, asqueado por el olor, ruido e imagen que proyectaba ese presente. A cualquier otra mujer de Poniente la habría conquistado con un ramo de rosas, pero con una Tyrell no hubiera surgido el mismo efecto. Se dirigió sin más dilación hacia su aposento, esperando que estuviera allí. Según se iba acercando sus dudas aumentaban << ¿Le van a gustar éstas gallinas? Quizá debería haberle mandado construir un corral, para que jugara con cuantas quisiera. Si le gusta rodearse de ésto puede que ya tenga muchas… >> aunque por más dudas que tuviera ya estaba más que decidido y no iba a cambiarlo, no había arrastrado esa escandalosa caja hasta su habitación para nada. A medida que se estaba acercando a los corredores de los aposentos alguna que otra puerta se abría dejando entrever rostros curiosos, pero Joffrey hizo caso omiso hasta llegar a su destino. Sin soltar el presente, pateó con poca delicadeza la puerta tres veces y aguardó impaciente los pocos segundos que tardó Margaery en abrirla.


-Alteza, qué agradable sorpresa –Sostuvo la puerta para que pasase esbozando una amable sonrisa, aunque su expresión fue desmejorando a medida que se percataba del atributo que traía Joffrey entre manos. Margaery lucía impecable como siempre, llevaba un vestido con escote prominente pero aun así sencillo, estampado de flores azules y con bordados en hilo dorado. Probablemente hubiera estado leyendo, pues parecía que se encontraba sola en la habitación y la mayoría de pasatiempos los solía hacer acompañada por sus primas y doncellas e incluso bardos u otros acompañantes. 


-Lady Margaery, siempre es un placer admirar vuestra belleza. –Dijo Joffrey adentrándose en la habitación y regalándole una de sus mejores sonrisas. Una vez en el interior dejó la caja en el suelo y se sacudió las manos para descansarlas. Las gallinas no paraban de cacarear de una forma que sacaba de quicio a Joffrey, pero procuró hacer caso omiso para no faltar el respeto a su futura esposa- Cómo no podía ser menos, he venido a honraros con un presente el día de los enamorados.


Margaery volvió a sonreír pero ésta vez más dubitativa. Cualquier persona con dos dedos de frente adivinaría el contenido de la caja, pero por vueltas que le daba no lograba comprender por qué motivo iba a regalarle eso su prometido ¿Sería una broma? ¿Qué iban a hacer con unas gallinas…? Decidió no darle más vueltas y dejar que fuera lo que tuviera que ser –Qué detalle tan considerado por vuestra parte, Alteza – Se acercó a él y besó su mejilla con condescendencia- ¿D-debo…. Abrir la caja?


-Por supuesto –Afirmó Joffrey con convencimiento –Estoy seguro de que te va a gustar….


<< Lo que me faltaba, la cosa va en serio >> Margaery ahogó un suspiro y se inclinó para levantar la tapa de la caja para encontrarse, cómo no, con un par de gallinas escandalosas y malolientes revoloteando en el poco espacio del que disponían –Oh, Joffrey… Que reglo más… Inesperado.


-Te gusta ¿Verdad? Sé de buena mano que sueles rodearte de ellas. No sé si tendrás ya muchas, pero no te preocupes, cuando seas mi Reina mandaré que construyan un corral donde el Bosque de los Dioses, al fin y al cabo solo Sansa lo frecuenta y ella no es nadie a tu lado, mi dulce Margaery. 


A medida que Joffrey hablaba, las gallinas empezaban a liberarse y corretear a sus anchas por la habitación, y Margaery, incrédula e impotente, no pudo por más que hacerse con la forma de huir de ese caos.


-No podrías haberlo acertado más, Alteza-Tomó su brazo con una sonrisa absolutamente fingida y echó a andar hacia la puerta- Demos una vuelta por la Fortaleza, Joffrey, un día como hoy debemos fomentar los valores del amor más que nunca, ¿No crees?... –Cerró la puerta echando un último vistazo al interior antes de salir << Luego me encargaré de éste desastre…. >>.