viernes, 17 de enero de 2014

@Arcutalion : Taena Merryweather

@Arcutalion : http://www.twitlonger.com/show/n_1rvsp96

Dicen que las noches más frías caen sobre los días más cálidos. De un solo golpe, todo el candor desaparece y te deja sola, desnuda e indefensa ante el suspiro glacial de la soledad. Ese debe ser el peor de los inviernos; el que se lleva por dentro. No hay capa que te cubra ni hogar en el que resguardarse. No hay fuego que pueda combatir el viento gélido que recorre tus entrañas y muerde tus huesos. No existe consuelo ni refugio. Casi puedes notar el hielo acumulándose en tus ojos, dispuesto a rasgarte si lloras. La escarcha cerrándote la garganta y robándote el aire.
Hace un buen rato que su respiración se calmó. Ya no siento la furia que la consumía. Ahora solo está su cuerpo tranquilo a mi lado. Suspira sosegada entre las mieles del sueño y no puedo evitar alegrarme por ella. Por la certeza de que dormirá todo lo que yo no podré. Giro la cara despacio y la observo con toda la devoción que puedo llegar a profesarle. El rostro, siempre severo, se ha relajado y deja ver un gesto suave y agradable. Las joyas verdes están cerradas, pero incluso así, resulta hermosa. La enorme cascada dorada cae sobre sus hombros y enmarca las mejillas tersas y sedosas. Apenas me atrevo a estirar la mano temblorosa y rozar con los dedos la piel de la reina que descansa junto a mí. El recorrido es efímero y agónico. Los instantes pasan tan rápido… Y tan despacio. Noto el tacto aterciopelado, más propio de un melocotón que de una mujer, bajo las yemas de los dedos. Pronto aparto la mano. No debo. Sé que no debo. Si llegara a despertar no habría lugar en todo Poniente para ocultarse de su cólera. En este tiempo he llegado a conocerla muy bien…
Salgo del lecho y dejo que el frío sesgue mi aliento. Ni siquiera me importa. No se me erizará la piel más que hace unos momentos. Más que el instante en el que su alteza entró en la habitación reclamando unos derechos que no llegó a consumar. Avanzo entre la bruma nocturna sin un rumbo fijo, a hurtadillas… Como si hubiera de esconderme por haber hecho algo malo… Y quizás lo haya hecho. Quizás el sólo deseo ya constituya, de por sí, un pecado. Quién sabe. No me corresponde a mí imponer justicia, ni moral ni real… A mí me corresponden otras cosas. Miro de soslayo, por encima de mi hombro, y aseguro que su sueño sigue intacto. No sé por qué me empeño en cargar sobre mí la responsabilidad de sus vigilias… Sigue dormida. No ha pasado nada, ¿verdad? No hay motivos para el desvelo. Alcanzo el ventanal y entreabro despacio el postigo, cualquier cosa antes de desvanecer su tranquilidad. Me apoyo en la jamba y respiro un aire nuevo que no me llega. Que no resulta suficiente para barrer las nieblas de mi terca cabeza. La ciudad se recorta torpemente en la noche. Apenas se pueden distinguir las primeras líneas de tejados que se amontonan unos contra otros… Más allá sólo se aprecia un caos infinito. Algo parecido a mí. Una primera línea clara y definida… Y un poco más abajo, tras la superficie lisa y pulida, desorden…
Pego la nariz al vidrio, como si eso fuese a ayudarme a salir de allí. Como si quisiera, en realidad. Hay verdades que una no debe conceder nunca. Ni siquiera a sí misma. El silencio es la lápida más honrosa. Y, sin embargo, una semilla de indignación y desconsuelo está abriendo piel para echar raíces en mi interior. La siento palpitar en las sienes. Una punzada de celos y soledad y miedo y deseo… Y una multitud de instintos más, todos sumados a una… Y todos desaparecidos en cuanto vuelvo la vista hacia el lecho y descubro los ojos verdes clavándoseme como estacas.

- ¿Qué haces ahí? –El rostro se ha vuelto severo de nuevo. La dulzura ha quedado olvidad en algún lugar de entre los sueños.
- Tuve una pesadilla, mi reina…

El silencio es la lápida más honrosa. La veo bufar y poner los ojos en blanco para posteriormente girarse con un gesto brusco. Un último vistazo a la ventana me trae la imagen de la tímida lluvia que comienza a verterse sobre Desembarco. Niego en silencio. No debo llorar. Si llorase ahora no habría lágrimas, habría hielo… Y un dolor ponzoñoso y oscuro. El dolor de lo que no debería doler. El dolor de las verdades que no pueden ser dichas. El ardor insoportable de saberse débil y derrotada. Aquél que te recuerda que el desprecio no te lo inspira la figura que tienes en frente… Sino la que llevas por dentro. La que intenta patéticamente no doblegarse ante la razón y la decencia. La que yacerá bajo la lápida trazada.
La que no existe ahí fuera. La que no existirá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ruegos y preguntas aquí.