sábado, 18 de enero de 2014

@AthenaSpain : Petyr Baelish

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Amanecía en Aguasdulces. El castillo empezaba a teñirse de rojo a la luz del sol naciente. Apenas se oían los ruidos que salían de algún lugar de la cocina y del patio de armas. Los criados eran los primeros en despertar, pero el chico ya llevaba más de dos horas con los ojos abiertos. A pesar de cumplirse casi nueve años desde que llegara por primera vez a la fortaleza, aún no se había acostumbrado del todo a una cama y una habitación que no eran las suyas. Y no es que echara de menos su hogar precisamente, si es que se le podía llamar así. Los Dedos era una región bastante pobre, un auténtico pedregal que ofrecía pocas oportunidades a sus habitantes, de manera que su padre, Elían Baelish, señor de aquel lugar, decidió enviarlo como pupilo a Aguasdulces, señorío de los Tully, de los cuales era vasallo. Se esperaba que el pequeño Petyr, que así se llamaba el muchacho, se educara con los tres hijos de Lord Hoster Tully y se convirtiera en un caballero. «Un caballero, sí», pensó el joven, sonriendo. «No he cogido una espada en todo el tiempo que llevo aquí.»

Mientras se vestía, pensaba que vivir en Aguasdulces no era en muchos aspectos lo que él había esperado. O casi no lo era. Había una razón para levantarse todos los días y ver que la vida no era tan dura. Esa razón era Cat.
La tarde que llegó a la fortaleza con seis años estaba muy excitado. «Conocerás a auténticos caballeros y damas, Petyr», le había dicho su padre. «Compórtate con respeto hacia ellos, pero recuerda que no debes dejar que te humillen. No son tus iguales, pero eso no les da derecho a recordártelo constantemente. Confío en que dejes el nombre de la familia Baelish a la altura que siempre hemos merecido.» El niño oía todo ese discurso sin enterarse muy bien qué quería decir esa palabrería. Conceptos como humillación, honor, caballerosidad, le sonaban demasiado serios, aunque pronto conocería su significado. Tras la charla, Petyr montó en el sencillo transporte que lo llevaría a Aguasdulces. El recibimiento fue algo frío para un niño que acababa de abandonar todo el mundo que conocía. Los criados se hicieron cargo de ayudarle a instalarse y no fue hasta dos horas más tarde cuando lo recibió la familia Tully. Lord Hoster era un hombre serio e imponente, un caballero de la cabeza a los pies, y dejó impresionado al niño. Tras un corto saludo, el señor del castillo pasó a presentarle a sus hijos. Se trataba de dos niñas aparentemente mayores que él y de un bebé de poco más de un año. Petyr se sentía algo mareado por la posibilidad de cometer alguna imprudencia en presencia de tan distinguida familia. En ese momento no recordaba nada de lo que le había dicho su padre y sólo escuchaba en su cabeza fragmentos sueltos de aquel discurso que parecía ahora tan lejano. El primero que le fue presentado era Edmure, el verdadero heredero de Aguasdulces. Un niño en pañales poco podía entender de protocolos, pero aún así fue traído para cumplir con lo dictado por las normas de sociedad. Inmediatamente después le tocó el turno a una de las hijas de Lord Tully. Era la más joven de las dos y se llamaba Lysa. La niña hizo una reverencia algo exagerada bajo la atenta mirada de su padre y su hermana mayor. A Petyr le llamaron la atención sus ojos, vivos y con un destello de picardía, dentro de una cara redonda y un poco pecosa. Lysa sonrió a Petyr y le ofreció la mano para que la besara, a lo que él respondió torpemente con los ojos bajos. Al levantarlos vio a la otra hija realmente por primera vez. Catelyn era alta, delgada como un junco y con una mata de pelo castaño rojizo que enmarcaba un rostro que a Petyr le pareció irreal. Los ojos eran de un azul intenso, la nariz recta y pequeña y los labios carnosos. El niño pensó que era como un hada de cuento. Ella hizo la reverencia de rigor y también le ofreció la mano. Petyr se la besó y le dijo que era un honor conocer a Lady Catelyn. Ella se rió de tan rimbombante frase en boca de alguien tan pequeño y él se sintió morir por haber hecho el ridículo delante de una niña maravillosa como aquélla. Catelyn captó el sufrimiento de Petyr e inmediatamente le dijo: «Puedes llamarme Cat. Simplemente Cat.»
Cat. Cat. Cat. Sólo ahora, tanto tiempo después de aquel inocente primer encuentro, repetía su nombre constantemente en su cabeza cada vez que un pensamiento negativo le atormentaba, como si fuera una oración milagrosa que acabara con todos sus pesares. Se dormía con ese nombre en los labios, se despertaba con él y a veces se iba al bosque de dioses a gritarlo. Era el elixir mágico que le hacía sobrevivir en Aguasdulces. Cat, la encantadora Cat, la bella Cat. La inalcanzable Cat.

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