domingo, 26 de enero de 2014

@Catelyn_ST: Stannis Baratheon.

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Caminaba detrás de su padre, siguiéndole con cautela. Procuraba que sus pasos fueran decididos pero silenciosos, mirando en todo momento el terreno que había bajo sus pies para no pisar ninguna rama. No quería que su hermano volviera a recriminarle lo inútil que era, burlándose de él y culpándole de nuevo por otra presa perdida.

Robert iba al frente, con aquel gerifalte blanco sobre su brazo, obsequio de Steffon por su último día del nombre. Trueno era su nombre, «un trueno en la Región de las Tormentas», pensó Stannis con cierta amargura.

Continuaron caminando durante varios minutos sin éxito, tanto que Steffon y Robert empezaban a crisparse y maldecían a todos los Dioses conocidos por un día tan aburrido como ese. Stannis podría haber protestado en ese momento, insinuando que ahora eran ellos los que no guardaban silencio y ahuyentaban a los animales con sus repetitivas quejas. Mas él ni siquiera les escuchaba; no quería perder la concentración. ¿Y si encontraba él a una posible presa? ¿Y si lograba cazarla con su arco y ser así el único en volver a casa con una recompensa? Tenía que intentarlo, tenía que seguir esforzándose hasta conseguirlo. Quería demostrar que, aunque fuera el hijo menor, valía tanto como su hermano Robert. Que aunque fuera más pequeño podía ser tan fuerte como él y servirle de ayuda en un futuro. Era su hermano mayor, y como tal le debía obediencia y respeto. Stannis no quería ser mejor que él, lo único que quería era un mínimo de reconocimiento por parte de su hermano.

Y así fue como, a pesar de las maldiciones que profesaban padre e hijo, Stannis logró escuchar algo que llamó su atención. Paró en seco, agudizando sus oídos y girando en la dirección que aquel sonido le marcaba. No tardó en encontrarlo, enredado entre el ramaje de un pequeño arbusto. Cuando Stannis se acercó comprobó que se trataba de un ave muy parecida a la de su hermano, aunque de menor tamaño, plumas pardas y ojos dorados, con una herida en el ala izquierda que la mantenía prácticamente inmóvil. El chico apartó las ramas y con sumo cuidado cogió al animal entre sus manos. Éste intentó escapar en un principio, pero finalmente se tranquilizó al sentir como el menor de los Baratheon acariciaba su plumaje.

– ¡Stannis!

El chico se puso en pie de inmediato al escuchar la voz de su padre: – ¡Estoy aquí! – Respondió, percatándose justo en ese momento que, quizás, se había alejado demasiado de su progenitor.

Steffon llegó rápidamente hasta donde Stannis se encontraba: – Oh Dioses… – suspiró, aliviado al ver que su hijo se encontraba en perfecto estado–. Siete Infiernos, ¿qué haces aquí? Te dije que no te separaras de mí –replicó algo molesto.

– Lo siento padre. No quería alejarme pero… encontré esto –dijo a la vez que le mostraba al animal.
– Vaya –Steffon sonrió al verlo, sin mostrar ya ningún atisbo de enfado–. Es un azor.
– Está herido, pero si consigo curarlo volará tan rápido y tan alto como Trueno.
– Por supuesto –dijo sin borrar la sonrisa de su rostro, agarrando a su hijo por un hombro en gesto protector–. Venga, vamos a ver si tu hermano ha cazado algo y volvemos a casa.

Después de reencontrarse con Robert, que, como venía siendo habitual en los últimos días, había cazado un par de liebres gracias a Trueno, regresaron a la fortaleza de Bastión. Stannis no quería perder más tiempo, por lo que subió rápidamente a las habitaciones del Maestre Cressen para que le ayudara a tratar las heridas del animal.

– Has tenido suerte –le dijo el Maestre minutos después–, la herida no es grave así que curará pronto. Además es hembra. En las aves rapaces las hembras son casi siempre más grandes que los machos, y tienen mayor envergadura para volar más rápido.
– Lo sé.
– ¿Has pensado ya algún nombre? –El chico permaneció unos segundos en silencio antes de contestar.
– Ala Altiva.

Stannis decidió cuidar él mismo del ave, por lo que todos los días trataba sus heridas tal y como Cressen le había explicado hasta que sanó por completo. Poco a poco empezó a revolotear detrás del que ya era su dueño, posándose siempre en su hombro y comiendo únicamente de su mano.

– Parece que ha visto en ti a un gran amigo –dijo Cressen al ver que Ala Altiva siempre iba detrás de Stannis.
– Creo que a mí me ha pasado lo mismo con ella.
Pero, a pesar de que todo iba cada vez mejor, el animal no conseguía volar con normalidad. Stannis decidió salir con ella a cazar, ya que posiblemente lo único que necesitaba era estar al aire libre para volver a retomar el vuelo. Falló en sus primeros intentos, aunque el chico no le dio importancia. «Todos los principios son difíciles», se decía a sí mismo.

Probó a cazar liebres, conejos, ratones, perdices, e incluso gorriones. Todos los días salía con ella al bosque, sin rendirse, dispuesto a luchar por un mínimo avance en su pequeña compañera.

– Creo que te has equivocado de nombre, hermanito. Deberías haberla llamado Ala Blanda –comentó Robert en una ocasión, soltando después una sonora carcajada.

No fue ni la primera ni la última vez que Stannis escuchó ese apodo de boca de su hermano, algo que le enfurecía y a la vez le avergonzaba. ¿Tan difícil era demostrar que no era ningún inútil?

– Deberías probar con otra ave, Stannis –le dijo su tío Ser Harbert una vez fueron de caza y vio que Ala Altiva no poseía dotes suficientes para cazar–. Ni siquiera alza el vuelo por encima de las copas de los árboles… Te está dejando en ridículo.

El pequeño rechinó los dientes con fuerza e ignoró el consejo de su tío. No pensaba desistir tan pronto. Él había encontrado a Ala Altiva, la había cuidado y le había dado un nombre. Ella jamás se había separado de su lado y él tampoco iba a hacer lo mismo…

Pero jamás consiguió ni una sola presa.

«Te está ridiculizando», pensaba una y otra vez en esa frase. «Ridículo». «Deberías haberla llamado Ala Blanda».

– Solo una vez más – se dijo a sí mismo mientras se internaba en el bosque con Ala Altiva. Nunca había ido tan lejos con ella y nunca había estado tanto tiempo tratando de cazar algo como aquel día. Todo para que el resultado fuera el mismo de siempre.

Todos sus esfuerzos eran en vano. Cada vez que fallaba en una misión escuchaba la estridente risa de su hermano en su cabeza, torturándole. Y esta vez la oía tan clara como si el propio Robert estuviera a su lado.

«Ridículo».

Ala Altiva estaba apoyada sobre una pequeña roca, agotada, comiendo algo de carne que Stannis le había dejado. Stannis contempló durante un momento aquella escena y, finalmente, apretó los puños y se giró, corriendo en dirección contraria. El ave quiso ir tras él, trató de volar una vez más, pero fue incapaz de seguirlo. Graznó una y otra vez, llamándole, pero Stannis nunca regresó.

«Es hora de que pruebe con otro halcón».

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