viernes, 17 de enero de 2014

@CornaSIP : Theon Greyjoy

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Algo parecía no estar bien, pero no acertaba a descubrir lo que era. Invernalia estaba igual que siempre, gris, fría y extrañamente hogareña. El ruido de las espadas de madera entrechocando entre sí en el patio, los platos sirviéndose en el salón principal, alguno de los lobos huargo aullando ocasionalmente, y un chirrido metálico, lejano y constante, que no conseguía identificar. Pero sabía que algo no estaba bien. 

La vaga conciencia de ello se le había metido dentro y parecía jugar con sus tripas. Caminó por los oscuros pasillos que conocía tan bien buscando una forma de librarse de la sensación, pero ésta sólo se fue volviendo más y más fuerte según avanzaba por el lugar que recordaba. Las sombras cada vez se lo tragaban más, el chirrido indeterminado había empezado ya a herir sus oídos, y la incomodidad que antes se había alojado en su estómago ahora se extendía por todo su cuerpo en forma de dolor sordo. De pronto se encontró perdido. Desorientado en el lugar en el que había pasado la mitad de su vida. De alguna forma, supo que no debía encontrarse allí. 

La idea lo asaltó de forma tan repentina que despertó en una oscuridad total, inundada tan solo por ese constante sonido metálico, desagradable. Parecía ser lo único que existía en el mundo. No podía ver nada, no podía moverse, no sentía su cuerpo más que como una masa dolorosa e indeterminada. El sonido de su propia voz semiahogada por el chirrido lo sobresaltó. Ni siquiera estaba seguro de qué estaba diciendo, si es que estaba diciendo algo. Su propio aliento volvía cálido contra su rostro, como si algo que le cubriese la cabeza lo hiciera rebotar. ¿Dónde demonios se encontraba? 

Su brusco despertar pareció llevar consigo un silencio que Theon agradeció con toda su alma. Lo que fuera que producía ese ruido horrible se había detenido. 

-¿Ya estás despierto? 

La voz, aunque extraña en un principio en su mente desorientada, le provocó una oleada de recuerdos que se tradujeron en un escalofrío recorriéndole de arriba abajo. Recuerdos de un caballo en llamas, unos cuerpos desollados, un yelmo rojo. 

“Reek”. 

-Has tenido suerte, estaba a punto de despertarte yo mismo. Empezaba a resultar aburrido. 

No, Reek no. Le había dicho otro nombre, justo antes de que todo se volviera negro y confuso. 

-¿No dices nada? ¿Acaso sigues dormido? 

De pronto alguien le libró de la capucha que tapaba su cabeza y al encontrarse con la luz de un par de antorchas, casi pudo oír a sus retinas gritar de dolor. Entrecerró los ojos cuanto pudo para vislumbrar a la enorme forma borrosa que se había inclinado ante él. Creyó distinguir un jubón oscuro, una capa rosa y el blasón de una cruz roja sobre el amplio pecho. Aunque no podía verlo, recordaba que de esa cruz roja solía colgar el dibujo de un hombre desollado. De pronto, la frase acudió a su memoria, clara como si alguien la recitara de nuevo. 

“Mi esposa me llamó ‘Nieve’ antes de comerse los dedos, pero yo digo que mi apellido es Bolton”. 

Bolton. El bastardo de Lord Bolton. 

-Que despiertes de una vez o lo haré yo – una bofetada reavivó el dolor hasta entonces adormecido que sentía en el pómulo roto, que en aquel momento pareció estallar en una explosión de rojo. Podía sentir el pulso latiendo dolorosamente en la zona –. Dime algo, príncipe. 

-Nieve. 

El bastardo apenas había comenzado a sonreír por su propia burla, cuando la respuesta de Theon congeló su gesto. Theon trataba en vano de recordar información sobre el hijo no reconocido de Lord Bolton, estaba seguro de haber oído hablar de él en más de una ocasión, pero al parecer nunca había prestado atención. 

-¿Qué has dicho? – susurró en un tono peligroso que le recordó de alguna forma al volumen de voz habitual de Lord Bolton. No se parecía en nada más a él… Sin contar esos ojos extrañamente grises que le observaban fríos como el hielo del que parecían hechos. 

-Nieve – repitió, tan alto como se lo permitió su garganta en desuso. Su vista se estaba aclarando, y los detalles de la presuntuosa ropa que llevaba el bastardo empezaban a cobrar sentido ante sus ojos. Le hicieron reír –. Ése es tu nombre. Tu verdadero nombre. ¿De qué vas disfrazado, bastardo?

El siguiente golpe no lo vio venir. Un puñetazo en el estómago que lo dejó sin aliento y destrozó su espalda contra la cruz de madera en la que estaba atado. Una cruz como la del siniestro blasón. Su cuerpo necesitaba doblarse de dolor, pero las ataduras lo mantenían tan inmovilizado que le fue imposible hacer más que dejar caer la cabeza contra el pecho. 

-Eso no ha sido muy amable, príncipe – añadió Ramsay, antes de recuperar un cuchillo y una piedra de afilar. Al pasar el filo metálico por la piedra, Theon reconoció el terrible chirrido que se había colado en sus sueños y que parecía recorrer su columna vertebral como una descarga, haciéndole apretar los dientes –. Y tampoco muy inteligente. Por si aún no te ha quedado claro, ya no eres príncipe de nada. En realidad creo que nunca lo has sido, pero fue divertido jugar tu farsa. 

La hoja del cuchillo no podía estar más afilada, pero él seguía insistiendo, provocando ese ruido que ponía en tensión todos sus sentidos. Theon trató de ignorarlo al alzar la cabeza para mirar directamente a los ojos pálidos del bastardo. 

-Si no te gustaba la chica de las perreras, había otras formas de decirlo – su voz sonaba aún más débil tras el golpe, pero se crecía con cada palabra –. Seguramente ella tampoco habría querido revolcarse con un bastardo. 

Otro puñetazo, esta vez directo contra su sonrisa. El dolor creciente y pulsante del pómulo embotaba su cabeza. 

-Bastardo – insistió, esta vez entre risas. 

Bastardo, bastardo, bastardo. Lo repitió a gritos hasta que las paredes de la mazmorra le devolvieron el eco, y no tardó en sentir la boca llena de sangre bajo la lluvia de golpes que le cayó. Su vista volvió a nublarse y el dolor comenzó a hacerse insoportable, pero se obligó a seguir riendo. Debía ser fuerte, debía ser valiente. Debía ser un Greyjoy. El bastardo había estado a su lado, como Reek, en sus momentos de mayor debilidad y humillación: no podía volver a mostrarle esa faceta. No dejaría que se saliera con la suya.

Y por el momento parecía estar funcionando. Los ojos grises del hijo de Lord Bolton ya no parecían hielo, ahora ardían con una rabia que claramente no podía controlar. Jadeaba por el esfuerzo, y tenía los nudillos llenos de sangre, pero Theon no habría sabido decir de quién de los dos era. Se le pegó mucho, intimidante, cuando volvió a hablar. 

-Repítelo. Atrévete a repetir esa palabra. 

Theon estaba temblando. Tal vez de miedo, tal vez de dolor, pero temblaba sin control. Tuvo que respirar profundamente para evitar que ese temblor se impregnara en su voz. 

-Bastardo – repitió. – Puedes vestirte como quieras, decir lo que quieras, pero eso no cambiará nada. Eres un bastardo, y todo el mundo lo sabe. Un bastardo sucio al que Lord Bolton encomienda el trabajo sucio. 

Escupió contra su rostro sangre y pedazos de dientes que se habían partido durante la paliza, consiguiendo que retrocediera sobresaltado. Sin embargo, la sorpresa de Ramsay no duró mucho. Algo en su nueva mirada hizo pensar a Theon que habían llegado a donde él quería: había satisfacción en su húmeda sonrisa, en su repentina calma. 

Volvió a inclinarse sobre él hasta que sus respiraciones pesadas se mezclaron, y arrancó un destello de la hoja del cuchillo al alzarlo hasta la altura de sus ojos. Estaba tan afilado que su piel pareció escocer sólo con tenerlo cerca. 

-Creo que ya sé qué lección tendré que enseñarte primero. Pero no te equivoques, príncipe de la nada – el frío metal afilado se posó sobre su mejilla -, Lord Bolton no me ha encomendado el trabajo sucio. Me ha dejado la diversión. 

Theon respondió una vez más con una carcajada. Pero en esta ocasión, no se la creyó ni él. 

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