viernes, 17 de enero de 2014

@CosetteSpa : Elia Martell.

@CosetteSpa : http://www.twitlonger.com/show/n_1rvth6u



Traición, decepción, de nuevo traición. Elia observó de reojo como Rhaegar se aproximó hacia aquella salvaje, aquella norteña, aquella cría...

Se mantuvo impasible, como si el tiempo se hubiese detenido, como si aquello no fuera cierto, como si aquello se tratase de una pesadilla, de su peor pesadilla. Mantuvo la mirada en el horizonte, impasible, con el rostro sereno, pues en su interior no había ira, no había odio, ni siquiera celos, simplemente decepción.

Decepción por haber depositado su confianza en aquel hombre, por haber pensado en algún instante que en un matrimonio como aquel, en un enlace de conveniencia hubiera habido algún atisbo de amor. No, ni siquiera amor, pues qué significaba exactamente aquella palabra, ni la propia Elia habría podido describir más allá de lo que pudiera haber sentido por Aegon, por Rhaenys, por Doran, Oberyn... por su familia. Cariño, no, tampoco. Lealtad, honor... aquellas eran las palabras que Elia buscaba. Rhaegar le había traicionado, a ella, a su familia, al honor de la casa Martell.

Notó como las miradas se clavaban en ella, querían saber cuál sería su reacción ante el espectáculo, sin embargo, ella no les iba a otorgar la satisfacción de manifestarse afectada, todo lo contrario. Su marido podría haber coronado a su amante como reina del amor y la belleza, sin embargo, no por ello iba a dejar que este suceso borrase la sonrisa que tan característica de Elia resultaba.
Traición.

Dirigió una mirada cansada a Oberyn mientras que una sonrisa cómplice se dibujaba en su rostro, se aferró ya sin apenas fuerza a su hermano. Las agotadoras jornadas en las que Elia dedicaba su atención a los pretendientes y a pesar de lo infructuoso que aquellas reuniones podrían resultar, la satisfacción reinaba en el interior de Elia. Un día más había confiado en el criterio de Oberyn y un candidato más había sido rechazado, esperando al que, según su hermano pequeño, estuviese a su altura.

Oberyn, su salvador en aquellos momentos en los que el tedio reinaba a su alrededor, donde los aburridos pretendientes, se sucedían uno a uno cual autómatas, como los trabajadores cuya labor no les aporta más que el sustento necesario para sobrevivir, nada de pasión, nada de diversión, nada de libertad.

Presidio era la palabra con la que Elia podría haber descrito aquellos momentos. Sin embargo, cada vez que Oberyn se presentaba, salía de su encierro. Los silencios eran sustituidos por las risas silenciosas que ambos hermanos compartían, al realizar aquellas travesuras con las que tanto disfrutaban.

Aquellos fugaces pensamientos que atormentaban a Elia acerca de su casamiento desaparecían gracias a la mirada protectora de Oberyn, esa mirada de ternura que su hermano pequeño le dedicaba. Era en esos instantes cuando Elia se daba cuenta de su valor, pero no como Elia, sino su valía junto a Oberyn. Ella no era, sin su hermano pequeño, mas que una débil y enfermiza mujer, o eso pensaba ella. Oberyn en cambio era todo lo opuesto fuerte, enérgico, luchador, valiente...sin embargo, ellos dos juntos eran un todo.

Traición. 

Por unos instantes cerró los ojos tratando de imaginarse aquella mirada de Oberyn a su lado, velando por ella. Dejar de estar indefensa al contar con su mayor escudo a su lado. Abrió los ojos regresando así a la amarga realidad, Rhaegar se había ido... Rápidamente rememoró aquella escena que hacía un año había acontecido... todo había cambiado desde entonces, la propia Elia había cambiado. Sin embargo, no iba a dejar que la situación le dominase, no, ella no iba a estar dispuesta a ello, quedarse anclada en el pasado. No, debía luchar, puede que su cuerpo no respondiese a sus órdenes, sin embargo, hacía tiempo que había asumido sus impedimentos, y por ello debía tomar las riendas de las circunstancias que la vida le había otorgado.

Con lentitud se levantó de su asiento y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban se dirigió a donde Rhaenys se encontraba, y la abrazó con suavidad, lo máximo que sus energías le permitieron, tratando de imitar aquella mirada de su hermano pequeño, y lograr transmitir esa sensación de seguridad. No, ella no era Oberyn, nunca lo sería, por lo que sus esfuerzos vanos se convirtieron en lo que ella mejor sabía hacer, sonreír, pues eran a través de sus sonrisas como Elia se comunicaba. Una vez liberada del abrazo que a Rhaenys le había dedicado, se agachó quedándose a la altura de su hija, e interiorizando el papel que debía interpretar, esbozó una leve sonrisa. - ¿Dónde está Balerion, ya se ha escondido?- preguntó a su hija sabiendo que el gatito que siempre acompañaba a Rhaenys había sido la prolongación del muñeco que de cualquier niño había disfrutado de pequeño. - ¿vamos a buscarlo? - preguntó con ternura tratando de mostrar que todo iba bien. Sus hijos la necesitaban, el telón había ascendido y era su momento de actuar, debía interpretar el mejor papel de su vida, el papel de la indiferencia.

Traición. 

Las risas, el sonido de los laudes, el griterío de los invitados inundaban la sala, las docenas de platos se sucedían, los sirvientes realizaban una frenética danza para poder atender a cada uno de los invitados a aquel gran acontecimiento real, su boda. Elia quería disfrutar del festejo, deseaba disfrutar de la música, deseaba bailar. Muchos insistían en que no debería, puesto que se cansaría rápidamente, ella era consciente de esto, sin embargo, se trataba de su casamiento y quería disfrutar de este.

Rhaegar le tendió la mano. Era lógico que el primer baile fuese solicitado por el que ahora era su marido, sin embargo, la insistencias de sus allegados en que no se levantase de su asiento, bajo el temor de que una actividad agitada actuase en detrimento de su salud, hizo que cualquier esperanza, de que se dejase llevar por el sonido de la música, desapareciese. Esbozó una amplia sonrisa y con precaución, tomando la mano de Rhaegar se levantó de su asiento disponiéndose a bailar. Elia se dejó llevar por su marido, consciente de la débil salud de esta era quien la llevaba, quien sostenía todo el peso, lo cual la dorniense agradecía. Cerró los ojos y de pronto y ante el incremento de la velocidad de la danza, la cual era incapaz de seguir rompió a reír.

Traición.

Aquellos recuerdos se sucedían uno a uno en la mente de Elia, como una película antigua, una película en blanco y negro, muda, una película donde el paso de los años se podía manifestar en el celuloide ya decrépito, deteniéndose en su último recuerdo. «Aegon» apenas importaba para Elia si habían pasado segundos, horas, días, semanas, meses, siglos...se aferró al cadáver del que era su hijo en un intento vano de este se quedase junto a ella mientras que la vida de este se escapaba de entre sus manos.

Notó como alguien le tiraba del cabello pero ella se mantenía férrea, no iba a soltar a su hijo ya muerto. Toda aquella debilidad parecía haberse esfumado, ya no era la delicada Elia, no, ella era Elia Martell y no iba a alejarse de Aegon, aunque este ya hubiese partido. Pero Elia no solo se asía a su hijo, sino a la negación, la imposibilidad de que lo hubiese perdido para siempre, no, él seguía a su lado, no quería asumir la realidad, no quería considerar si quiera la posibilidad de que lo que estaba aferrando se tratase de un cuerpo inerte.

Notó como la sangre brotaba del lugar donde anteriormente había estado el cuero cabelludo, esto no hizo sino hacer que se aferrase a su única esperanza, ya desvanecida. Elia se vio desprendida finalmente de su hijo, todo pareció detenerse, su mundo se desmoronaba a su alrededor. Los ojos antaño llenos de vida, habían desaparecido dando lugar a un vacío, el reflejo del interior de Elia al asumir lo que estaba ocurriendo. - Rhaenys - dijo en susurros. Esa sería su último esbozo de lucidez, antes de sumirse en aquel vacío que en su pecho se había extendido, antes de sumirse en las sombras dejando su cuerpo y su mente a merced de la oscuridad

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ruegos y preguntas aquí.