viernes, 17 de enero de 2014

@LordComandante : Oberyn Martell.

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Silencio. Un silencio distinto en mil matices. Las palabras se habían perdido en algún rincón de la habitación o quizás... quizás volaban lejos, muy lejos. Puede que tratasen de llevarse el pesar que ahora, como una garra, se aferraba al pecho del príncipe de Dorne. Diez mil hombres había dado Doran Martell, los Martell, Dorne, al rey Aerys Targaryen. Miles de hombres habían muerto en la guerra. Príncipes, señores, niños... Pero solo había un nombre. Un nombre grabado a fuego en la mente de la Víbora Roja, un nombre cuyo solo susurro lograba que se desangrase el corazón.

-Elia Martell.-La voz del príncipe no fue más que un susurro. No le faltaban fuerzas, no le faltaban ánimos, su corazón palpitaba movido quizás por el dolor, o quizás por la rabia, pero nadie más tenía porqué oírlo, nadie más tenía que compartirlo con él.- Elia.

Una niña enfermiza dijeron que era, pero nunca a los ojos de su hermano, que siempre había invitado y arrastrado a su hermana mayor a cualquier aventura y travesura. Corrían juntos por las jardines, casi como si ambos fuesen uno solo. Un único corazón, una única alma. Y así había sido siempre. Pese al tiempo, que nada lo perdona. Pese a la distancia, que parece insalvable. Y lo serían ahora, pese a la fría y dura muerte.

Un golpe en el pecho. Así había sido. El aire había abandonado sus pulmones, su corazón había dejado de bombear, su espíritu había abandonado su cuerpo. ¿Cómo puedes vivir incompleto? ¿Cómo? Oberyn Martell, había sentido las lágrimas acudir a sus ojos. Silencio. Un horrible y desesperante silencio. Un vacío. Una soledad. Nada. Solo dolor, solo sufrimiento. Le habían arrancado medio corazón. 

Aun podía ver el rostro de su hermana con pasmosa facilidad, casi como si estuviese aun ante él, casi como si el tiempo no hubiese pasado desde la última vez que se vieron. La sonrisa siempre a caballo entre la dulzura y la travesura, esos ojos inquietos, llenos de vida, llenos de inteligencia... Elia Martell, siempre tan frágil, siempre tan fuerte. Nunca doblegada, ¿nunca rota?

-¿Príncipe Oberyn?

Entonces todo se rompió. El rostro de Elia se desdibujó de su mente, como las ondas terminan por borrarse en el agua. El silencio fue suplido por el atronador estruendo del dolor desgarrador y la ira. La pasividad y la perplejidad fueron remplazadas por el imperioso deseo... por la necesidad de hacer algo. 

Estaba ciego. De ira, de rabia, de dolor. De demasiado dolor. Su corazón se desangraba con cada latido. Deseaba matar a todos aquellos a los que consideraba culpables, deseaba estrangularles, deseaba torturarlos hasta que de sus labios solo saliesen entrecortadas súplicas. Una hermosa música para los oídos del príncipe de Dorne. 

Deseaba correr, volar. Atravesar los Siete Reinos, acunar el cadáver de su hermana, deseando que no fuese más que un sueño, una pesadilla de la que uno de los dos terminaría por despertar. Los nombres de sus pequeños sobrinos golpearon la mente de Oberyn, como el rayo hace con el árbol, rompiéndolo al caer. Un profundo grito, quizás un gruñido, más animal que humano, abandonó su pecho. Rhaenys. Aegon. Inocentes. Niños. Venganza.

Apartó de un empujón a aquellos que estaba con él. Sus rostros, su nombres, sus vidas... eran nada. Solo importaba una cosa. Solo una. Solo un nombre. ¿Solo uno? Quizás tres. «Violada, asesinada... asesinados» Las palabras se repetían en la mente de Oberyn, como un salmo. Una oración, un rezo. «Venganza»

Era curioso el poder de esa palabra, al igual que el mar embravecido, conseguía tragarse cualquier otra cosa, borrar, arrastrar cualquier pensamiento coherente o no coherente de la mente del príncipe dorniense. Por eso, mientras Oberyn Martell abría las puertas de la habitación de su hermano mayor, no era más consciente de su mente y de sus actos, que los de un desconocido que se decidiese a pasear ante el Palacio Antiguo.

Nada es más fuerte que el amor. Nada es más doloroso que el amor. ¿Qué amor hay más profundo que el de dos hermanos? ¿Qué amor hay más profundo que el de dos personas que comparten sangre, vidas y destino?

Doran Martell no habló. No parecía sorprendido, tampoco perturbado por la presencia de su hermano menor. ¿Cuándo lo había estado? Con la respiración agitada, cruzó la habitación y golpeó la mesa. «¡REACCIONA DORAN!» gritó su mente.

-¡TENEMOS QUE HACER ALGO!- Fue lo que escapó de sus labios. No había debilidad en la voz de Oberyn, no había temblor. Un dolor tan profundo, tan primitivo, un odio tan oscuro... Sabía qué respuesta iba a dar su hermano mayor. 

Un golpe a la mesa. Y otro. Y otro más. Las manos sangraban, la respiración disparada y su visión enturbiada por las las lágrimas. La mesa cedió. Pero eso no bastó. Oberyn siguió golpeando cada trozo, cada astilla. Como si ellos fuesen los culpables, como si eso pudiese lograr que...

¿Por qué había sido Elia? ¿Por qué? 

-Ella era la mejor de los tres...

No había consuelo. No había nada. Solo quedaba una cosa. Solo una palabra, solo un destino: Venganza.

«You raped her. You murdered her. You killed her children. Now say her name... Elia Martell»

...

-Al fin juntos de nuevo, hermana...-Murmuró, con esa sonrisa que solo guardaba para ella. 

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