viernes, 17 de enero de 2014

@Marissa_Frey_ : Sansa Stark

@Marissa_Frey_ : http://www.twitlonger.com/show/n_1rvtl3r

La celebración había sido impresionante. Incluso Sansa la habría disfrutado en otra situación…quizás en aquellos tiempos en los que era una chiquilla ilusa, una estúpida que creía en la bondad, la gentileza, los sueños, los héroes…”Sigo siendo una estúpida. Una estúpida dama con estúpidas esperanzas.” 

Aún recordaba las palabras de Ser Dontos, como si se hubieran grabado a fuego en su mente. “No temáis, mi dulce Jonquil, estaréis a salvo. Vuestro Florian os mantendrá a salvo y os sacará de aquí, lo prometo.” No sabía como la había convencido, no sabía como había accedido a aquel disparate…los atraparían, los atraparían y solo los Siete sabían qué le haría Joffrey después de todo aquello. Siempre podía pedir ayuda a su señor esposo. Aún le costaba pensar en aquel pequeño y feo ser como su marido, pero había sido gentil con ella, desde el principio. Y a Sansa le parecía que el único capaz de plantarle cara a Joffrey era él, Tyrion Lannister. “Es absurdo, absurdo…me matará, o algo peor. Es el rey, ni siquiera un Lannister puede hacerle frente al rey. Y menos, un medio-hombre.” Cuanto más lo pensaba, más arrepentida estaba. Pero ya no había marcha atrás. Tenía que conseguir escapar, como fuera.

No tenía que tener miedo. Había rezado, había rezado hasta que los ojos se le empezaron a cerrar del cansancio, hasta que el tenue dolor de cabeza que llevaba sintiendo desde el comienzo de sus plegarias se había vuelto más intenso, casi insoportable. Había rezado a los Siete, los dioses de su madre. Y a los dioses antiguos, los dioses de su padre, del Norte, de los Stark. Tenían que escucharla, al menos esos últimos tenían que escucharla. Si la Madre había ignorado sus ruegos, los Antiguos no lo harían. Era una Stark, una loba…¿verdad? Ya había recibido demasiada crueldad, ahora era el momento de que la ayudaran, o al menos eso esperaba. “Estúpidas esperanzas para una estúpida dama. Ya no eres una Stark. Te han convertido en una Lannister, eso es lo que han hecho. Y los Dioses Antiguos no atienden las oraciones de los Lannister.” 

Habría dirigido una mirada a su esposo. Le habría mirado de haber sido más valiente. Pero temía derrumbarse, temía echarse a llorar…era una Lannister por su culpa. Sabía que ese pensamiento era injusto, pero no le importaba. Nadie había sido justo con ella, nadie había sido justo con su padre. Si alguien buscaba justicia, al único sitio donde no podía acudir era a Desembarco. Así que no le miró. No le miró cuando le ofreció su brazo para ir a la sala del trono, para el banquete de la boda de Joff y Margaery, no le miró en todo el recorrido. Pero sí tuvo que mirarle en el banquete. Para ver como vaciaba una copa de vino tras otra. Eso era lo normal, lo que solía hacer. Se preguntaba múltiples veces como en un cuerpo tan pequeño podía caber tanto vino. El día de su boda también había bebido más de la cuenta. Miró con amargura la copa que sostenía en la mano su esposo y por un momento estuvo tentada de decirle que ya había bebido lo suficiente, pero no lo hizo y se quedó callada, volviendo otra vez la mirada al frente. Si al menos todo aquel circo se acabara pronto. Pero aún quedaban más de veinte platos por servir. Aún le quedaba mucha tortura por delante.

Intentó evadirse de todo aquello y pensar en otras cosas. Momentos de felicidad, cuando ella era simplemente Sansa Stark, la dulce y bella Sansa Stark, y no la hija de un traidor. Cuando todavía vivía en Invernalia, su hogar. Y su máxima preocupación era hacer un bordado mejor o las peleas con Arya. Pero Arya estaba muerta, al igual que su padre, su madre, Robb, Bran y Rickon. Todos habían muerto, no le quedaba nadie…no sabía mucho más sobre ello. Y tampoco quería que le contaran más detalles. Sabía lo que tenía que saber. Estaba sola. Toda su familia había muerto. Estaba encerrada en Desembarco, en su propia jaula, como un pajarito, lo que había sido siempre. La habían casado con el Gnomo, tan solo para tenerla más atada a su jaula, como si no tuvieran suficiente con tenerla de “juguete” de Joffrey. Y ahora era lady Lannister. “No. Soy Sansa, Sansa Stark. Hija de Eddard Stark. Del Norte, del Norte…nunca debimos haber salido del Norte.” 

Escuchaba las risas y las voces de fondo. No lograba distinguir bien ninguna frase o palabra, ni siquiera de los que tenía a su alrededor. Tenía la vista perdida y había dejado de degustar al menos un bocado de cada plato. Recordar el pasado le había quitado completamente el apetito. Desvió la mirada ligeramente y pareció sentir como el corazón se le paraba al ver el rostro de Joffrey congestionado y lleno de ira justo delante de ellos. Había visto más de una vez esa mirada, esa expresión y hubiera empezado a temblar si no se hubiera quedado paralizada al verle. Pero esa mirada no iba dirigida a ella. Se dio cuenta demasiado tarde, justo cuando el rey derramó el vino sobre la cabeza de su señor esposo. 

Ahora le asustaba la reacción que podría tener Tyrion. No podía enfadar a Joffrey todavía más de lo que estaba, o tomaría represalias, contra ella también, seguro. “Por favor, mi señor…callad, disculparos, suplicad por su perdón si es necesario.” Se aferró con angustia a su asiento y no se relajó hasta oír la respuesta de Tyrion. No era ningún comentario de los suyos, de esos que solían dejar en ridículo a Joffrey. Y ya creía que todo había terminado cuando Joffrey, totalmente ebrio, siguió con las humillaciones hacia su enano tío. Esta vez apartó la vista. No quería ver ese espectáculo. “Seguro que esto acaba con su paciencia. No va a soportarlo.” Todo el mundo empezó a reír y tuvo el valor suficiente para volver a mirar cuando su marido se levantaba con grandes esfuerzos, ayudado por Ser Garlan.

-Alteza – la voz de Lord Tywin interrumpió las risas y todos callaron para escucharle-. Van a traer la empanada. Se requiere vuestra espada. 

La empanada, era eso. Perdió el interés de inmediato. Era inmensa, jamás habría podido imaginar que fuera tan grande. Tenía un aspecto delicioso, de corteza muy dorada y desprendía un olor agradable. Joffrey hizo el intento de sacar su espada para cortarla y Margaery inmediatamente le detuvo, una espada como aquella no era para cortar empanadas.

-¡Ser Ilyn, vuestra espada!

Pegó un respingo en su asiento en cuanto escuchó ese nombre, buscando con la mirada la espada que acababa de desenvainar Ser Ilyn, y la sorpresa hizo que entreabriera los labios, intentando hablar, intentando que algún sonido saliera de su boca.

-¿Qué espada es esa? –consiguió decir al fin y agarró con fuerza el brazo de su esposo-. ¿Qué ha hecho ser Ilyn con la espada de mi padre? 

No obtuvo respuesta alguna. Y antes de que tuviera la oportunidad de contestar otra vez, una bandada de palomas blancas como la nieve inundó la sala dejando a Sansa más aturdida de lo que estaba antes.

-Estás muy pálida, mi señora. Te hace falta respirar aire fresco, y yo necesito un jubón limpio. –Tyrion ya se había levantado y le ofrecía la mano-. Vamos.

-¿Adónde vas, tío? ¿No te acuerdas de que eres mi copero? 

Joffrey otra vez ¿Es qué no iba a parar nunca? ¿Es que no le iba a salir nada bien? ¿A los Dioses les divertía verla sufrir? El rey no paraba de parlotear mientras comía con muy poca delicadeza la empanada. Le miró completamente asqueada de aquello, de él. “Ojalá se atragantara. Ojalá se atragantara, muriera y nadie más tuviera que soportarlo.” Y entonces Joffrey empezó a toser con violencia, como si alguien la hubiera escuchado y estuviera haciendo realidad sus deseos. 

-Es…cof…la empanada, no…cof…La empanada…-cada vez estaba más rojo. Intentó beber vino, pero solo consiguió escupirlo. Escuchó un grito angustiado de repente, que provenía de Margaery, y entonces todo fue bastante turbio. La gente empezó a rodear a Joffrey. Se oían gritos, sollozos…el caos se había apoderado del banquete.
Lo último que vio Sansa fue a Joff desgarrando su propia piel, la sangre descendiendo por su garganta e intentando respirar por todos los medios, sin ningún resultado. No aguantó más esa visión y salió corriendo de allí. El rey había muerto, lo sabía. Por una vez tenía un motivo para estar contenta.


***

Si intentaba hacer memoria, solo podía ver con claridad la cara de horror de Joffrey, mientras se ahogaba y la vida desaparecía de su rostro. El sonido de las campanas que tañían por el rey, como un lamento por su muerte…aquel sonido le parecía tan lejano ya.

Ahora estaba en manos de Meñique, que decía que iba a ayudarla. “Joffrey también dijo que sería misericordioso con mi padre, y lo mató. Ser Dontos prometió llevarme a casa, y sin embargo pensaba venderme.” O eso decía Meñique. Ahora todo dependía de ese hombre que decía haber amado a Lady Catelyn. “Ahora estáis a salvo; es lo único que importa. Estáis a salvo conmigo, en un barco rumbo a casa.” Eso había dicho, y Sansa se aferraba a aquellas palabras de forma desesperada. Al fin y al cabo, era lo único que le quedaba. Su otra opción era volver a Desembarco…y que la apresarán también pensando que había sido cómplice del asesinato de Joff. 
Era un pajarito, sí. Pero un pajarito libre o que pronto sería libre. Escapaba de su jaula, lejos, a casa. ¿Pero a qué casa? Ella ya no tenía un hogar. Los Stark habían desaparecido para siempre. ¿Dónde la llevaba? ¿A Invernalia? Fuera donde fuera la terminarían encontrando. Y estaba sola, no le quedaba nada. Era una loba sin manada. “En Invierno, el lobo solitario muere, y la manada sobrevive.” Pero ella hacía tiempo que era el lobo solitario, y allí seguía, viva. Pero no estaba a salvo todavía, y se acercaba el invierno.

“Siempre habrá un Stark en Invernalia” Le pareció que susurraba una voz en su mente. Una carcajada histérica ascendió por su garganta pero la reprimió antes de que saliera algún sonido de ella. Y lloró. Lloró por la guerra, por sus sueños sin cumplir, sus esperanzas rotas y porque los lobos jamás volverían a estar en manada. O Sansa Stark hubiera llorado si le hubieran quedado lagrimas.

Se tumbó en el modesto colchón que había en su camarote, tapándose con las pieles que había encima. ¿Por qué seguía luchando? ¿Por qué seguía intentando sobrevivir? Toda su familia había muerto, quizás ese era su destino ¿Por qué no resignarse a él? En el fondo conocía la respuesta. Aún le quedaba algo. Algo que era lo suficientemente importante como para seguir viva.

“Invernalia” Susurró antes de quedarse completamente dormida. Y esa noche soñó. Soñó con nieve, con lobos, con los torreones de Invernalia…y, aunque fuera solo en sueños, Sansa volvió a sonreír, sonreír de verdad, como hacía tiempo que no sonreía.

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