sábado, 18 de enero de 2014

@MyStoneheart : De niños y lobos.

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De niños y lobos

El crepitar de las llamas en el hogar era el único sonido que rompía el silencio de la estancia en penumbra. Hasta hacía sólo unas pocas horas otro sonido más inquietante había acompañado al de la leña seca consumida por el fuego, el de la respiración forzada y desacompasada de la niña postrada en la cama. Ahora ya no se escuchaba, lo que significaba que la fiebre al fin había remitido.

La anciana mujer sentada en la mecedora junto a la cama descansaba con las manos apoyadas en el regazo y la cabeza algo torcida. Contemplaba absorta el pequeño amuleto dedicado a Los Siete que colgaba del cabecero. Ella nunca había rezado mucho a los dioses, pero cuando lo había hecho siempre había sido a los dioses antiguos, nunca a los nuevos. Sin embargo, aquel objeto era muy diferente, la conectaba con su pasado y los tiempos en los que había llevado hasta aquel mismo lecho a su pequeño señor, Bran Stark de Invernalia. Por entonces ella era Osha, una mujer del acero del Pueblo Libre, una salvaje, a los ojos de los sureños. Ya nadie se acordaba de aquello, habían pasado desde entonces al menos cuatro inviernos y tres veranos, y ella era ahora sólo la Tata.

La anciana regresó al presente cuando la pequeña postrada en la cama cambió de postura para acomodarse mejor. La niña se llamaba Lyanna y era la primera de los cuatro hijos que había dado el matrimonio entre Lady Wynay Manderly y Lord Rickon Stark. Hoy era el quinto día que unas misteriosas fiebres, que habían llegado igual que se estaban yendo, mantenían a Lyanna postrada en la cama. El maestre Eodor había decidido aislarla de los demás, por si la enfermedad era contagiosa. Pero no había sido nada sencillo mantener alejados de allí a los pequeños, echaban de menos a su hermana y en más de una ocasión habían terminado colándose en la habitación y sentándose a los pies de la Tata para escuchar alguna de sus historias.

A Brandom las que más le gustaban eran las de la reconstrucción de Invernalia y sobre todo aquella que hablaba de la torre rota. Por tres veces intentaron los constructores reparar y levantar sus muros y por tres veces la torre se derrumbó, hasta que al fin, una noche de tormenta, terminó consumida por el fuego que provocó un rayo. Roner el herrero aseguraba que desde aquella torre había arrojado Ser Jaime Lannister el Matarreyes a Bran Stark cuando el rey Robert visitó Invernalia.

A la pequeña Cat no le gustaban las historias de torres rotas, ella adoraba las de caballeros y bellas doncellas, como aquella que narraba los amores entre el Príncipe Oberyn Martell y su amante Ellaria Arena, que vivieron en las lejanas tierras del Dorne.

Sin embargo, a quiénes más apasionaban las historias de la Tata era a Lyanna y al más pequeño, Robb. Ellos dos preferían los cuentos de la Guerra de los Cinco Reyes y aquellas que narraban la defensa del Muro frente a los Otros. Y a pesar de que Lord Rickon se lo había prohibido, la Tata les había contado más de una vez cómo Lord Walder Frey traicionó las sagradas Leyes de la Hospitalidad asesinando bajo su techo al tío Robb y a la abuela Cat y cómo esta había regresado de la muerte para vengarse.

La anciana había vuelto a perderse entre sus recuerdos cuando escuchó los pasos en el pasillo. Sabía que era Lord Rickon Stark, Señor de Invernalia y Guardián del Norte, que venía a por ella. El eco murió frente a la puerta, que se abrió dejando entrar el aire frío.

—Tata, están a punto de servir la cena. Vengo a buscarte —le escuchó decir. —Las doncellas de Lady Wynay se quedarán con ella mientras descansas.

Y la Tata volvió su rostro hacia aquel hombre tan influyente, tan poderoso, tan atractivo... Y le sonrió, porque para ella seguía siendo un niño. No sin esfuerzo se levantó de su mecedora y tomó el brazo que el Señor de Invernalia le había tendido. Avanzaron despacio por el pasillo hacia el gran salón mientras su figuras se recortaban bajo la luz de las antorchas.

A escasos pasos les seguía un enorme huargo, de color oscuro y nombre Peludo.

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