viernes, 17 de enero de 2014

@RandyllTarly: Randyll Tarly


«Maldito gordo maricón». Hacía ya varias horas que había salido el sol y Randyll estaba exasperándose. Había mandado a despertar a Samwell, su primogénito, el hijo que heredaría todo lo que en esos momentos poseía... y quien no levantaba su maldito culo para ser un buen señor.

Le habíá estado permitiendo muchas cosas, demasiadas a decir verdad. Pero no importaba ya. Había decidido ponerlo a prueba, ver si estaba previsto de las cualidades necesarias para ser un buen señor. Casi era un hombre y debía hacerlo, obligarle a centrarse en algo en su vida. ¿Y para qué? Charlas de horas y horas, tratando de hacerle entender el arte de la espada, que duraban segundos cuando se trataba de la cruda realidad. Había traído todo tipo de personas, maestros de armas, espadachines e incluso herreros, quienes poseían conocimientos sobre armas pero no eran tan expertos con ella con intención de que aprendiera. Lo había obligado a hacer ejercicio, impidiéndole dormir para salir de madrugada para que se moviera. Y para nada.

Recordaba sus esfuerzos con melancolía, sabiendo lo que le esperaba. Aquellos momentos, al fin y al cabo, habían sido los peores momentos que había pasado con su hijo «Hacer que corra detrás de un caballo mientras el jinete le tira de una cuerda atada al cuello imagino, que no será de ser buen padre». Pero lo hecho estaba hecho, no había vuelta atrás. El día anterior lo había llevado a dar una vuelta por el bosque, una como otra cualquiera pero esta vez solo padre-hijo. Una conversación que marcaría un antes y un después.

«-Pero... ¿Padre? N-no puede estar hablando en serio. Y-yo... prometo mej

-¡Cállate! ¿Es que acaso no has estado escuchando lo que te he dicho? -Interrumpió Randyll con tono seco. Se había dejado la amabilidad en casa, y cualquier amor paternal que hubiera sentido por aquel rechoncho niño estaba siendo reprimido.- Eres una desgracia para esta familia. Mírate, lloriqueando ahora... ¿No sabes afrontar las cosas como un hombre? Tienes quince días del nombre, estás hecho casi todo un hombre... O eso deberías. Pero aquí solo sigo viendo al mismo niño que se esconde detrás de la falda de su madre, que no quiere afrontar las cosas.

Sam apartó la vista, sollozando y mirando al suelo.- Pe-pero yo... Yo...

-¿¡Tú qué exactamente!? ¿Eres mi hijo? No me hagas reír, si fueras mi hijo no tendrías esas lágrimas en la cara. Fíjate en Dickon. Llevo años esperando un hijo como él. Esperando en que tu te convirtieras como él. ¿Y que es lo que recibo a cambio? Mas lloros.

Randyll le había dado donde sabía que le dolería, con la intención de hacerle saltar, que se enfadara. Que se le opusiera. Pero ahí se quedó, inmóvil, traicionado. Su primogénito había resultado ser un sentimental, blando e incapaz de hacer nada bien.

-Mañana al amanecer, me habrás dado una respuesta. Y ya sabes que ocurrirá, si decides ir de caza.»

Esas habían sido sus últimas palabras al que fue su hijo. Randyll, impaciente, salió a buscar al hermano de la guardia de la noche. Llevaba varios días, esperando una respuesta. Pero se marchaba, y su hijo parecía haber decidido quedarse con su familia. Un poco tarde para aprender a elegir y escoger. Estaba despidiendo al hermano juramentado cuando escuchó ruidos detrás de la puerta, y está se abrió completamente. Ahí estaba, su hijo, con los ojos rojos y sollozando para variar en él. Detrás, su madre, quien no parecía tragarse todo aquello de que se fuera por voluntad propia. Pero así era mejor, que muriera sin sentido en el muro a morir de caza. Su destino estaba sentenciado, y la muerte le esperaba allá a donde fuera.

-Entonces... ¿el muchacho viene? Hemos de partir antes de que el sol alcance su máximo, a ser posible. -Dijo el hermano, que parecía estar impacientándose mas por momentos.

-Ya voy... -Samwell se veía apenado, había pasado varias horas recogiendo sus cosas y llorando en su cuarto para este momento, para que su padre no le viera llorar más. Una parte del corazón de Randyll se desprendía. El maldito crío le hacía volverse un sensible.

-Ven aquí, muchacho. -Dijo acercándose para despedirse. No quería entretenerlo mas, quería sacarlo fuera de aquí y poner toda su atención en su otro hijo, Dickon.

Entre susurros, y antes de montar en el carro, mientras colocaban sus cosas, Samwell se despidió de su padre.- Padre... Digo, señor. Ha sido todo un honor haber estado aquí contigo, bajo su enseñanza, todos estos años. -Esta fue una despedida que hizo añicos el corazón del viejo Tarly. Haber pasado tanto tiempo con Samwell, desde que era joven, intentando hacer que se interesase mas por las espadas que por los libros, había hecho que se volviera un sentimental.

Observó marcharse los caballos junto con su mujer, con lloriqueos por todos lados tanto de su mujer como de sus hijas. Y al lado, su único hijo. El primogénito, Dickon. Impasible. Puede que, después de todo, así sea como debe ser. Con Samwell fuera del terreno, la única que podría corromper a Dickon sería su madre o sus hermanas, y no dejaría que eso pasara. Esta vez, iba a ser un buen padre.



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