sábado, 18 de enero de 2014

@SheWolf_Ghost : Sansa Stark.

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Se miraba los nudillos, blancos y doloridos a causa de la fuerza que estaba ejerciendo con las manos contra la almohada. No iba a parar, a pesar de que una voz en el interior, escondida en alguno de los recovecos que habían quedado intactos al dolor después de tantos años, le susurraba que dejara de hacer fuerza, que lo dejara estar.

«Para». Pero no podía parar de hacer fuerza, dejando caer su peso poco a poco. Cada vez se resistía menos bajo ella. Cada vez era mucho más frágil, débil, tan insignificante como un gusano en un día seco.

«Déjalo». La voz parecía haberse alzado, como si su conciencia intentara luchar contra la presión de sus impulsos y gritara aún más que esa voz. Había algo más. Un sentimiento cálido y podría decirse que placentero justo en el pecho. Podía sentirlo. Boom. Boom. Bombeaba ese calor hasta sus manos. Boom. Boom. Se apretaba justo en la yema de los dedos. Boom. Boom. Brillaba en sus ojos, otorgándole una fuerza con la que jamás habría pensado contar.

«Déjalo».
«¡Venganza!».
«Es débil».
«Ya no eres débil».

Entrecerró los ojos, como disfrutando del momento en que sus oídos y su propia mente empezaron a hacer más caso a la segunda voz. La habían humillado. Había caído en lo más profundo. Había llorado. Había sangrado. Había sufrido las consecuencias de algo que ella misma no había hecho y que, en aquel momento, se alejaban de su entendimiento. La habían engañado. Pretendían engañarla otra vez.

Siempre callada. Siempre la niña buena. Siempre la tonta. «¡Basta!». El pequeño cuerpo dejó de moverse, quedándose rígido casi al instante. Las lágrimas le bajaban por las mejillas, acariciándola como una madre lo haría con su hijo tras una pesadilla. No era pena lo que sentía. Ni siquiera se habría permitido sentir pena por aquello. Era orgullo propio. Orgullo por haber hecho algo de lo que no iba a arrepentirse jamás.

Al bajar la vista hacia la almohada se dio cuenta de que le temblaban las manos. Un escalofrío le recorrió de pies a cabeza cuando la idea de apartar la almohada le pasó por la mente. Había matado a su primo. Lo había hecho «sin dejar huellas». Se sonrió, demasiado nerviosa. Era una lección que había aprendido directamente de Petyr. Él, que había hecho todo lo posible por que ella estuviera a salvo. Él, que lo había hecho por pura ambición. 

– Él, que se merece algo mucho peor que esto.

Lo había planeado. Desde el momento en que empezó a escuchar; a ser invisible con una fachada totalmente falsa. Siguiendo un papel que casi había memorizado. Acercándose poco a poco sin que se dieran cuenta.

Se levantó, poniendo la almohada con cuidado bajo la cabeza de su primo. Incluso muerto, le pareció algo cómico y trágico a la vez. Habría parecido dormido de no ser por el color lívido que había empezado a adoptar. «Sansa no ha estado aquí».
Pensó en qué cara pondría al día siguiente. «Puede que incluso derrame una o dos lágrimas». Salió de la habitación, cerrando la puerta sin hacer ruido y caminando por los largos pasillos. El gélido aire se filtraba por los pequeños ventanucos.
«Se acerca el invierno». 

El lema de su casa, de su propio apellido. Creía haberlo olvidado. Creía haber pasado página de todo aquello. –Mi padre es un traidor. – Susurró las palabras a la puerta de su habitación. Cada una de ellas, se le clavaba en el pecho como una aguja; entrando poco a poco hasta llegar al corazón.

Una vez dentro de la habitación, respiró hondo. No se había dado cuenta hasta el momento de que había dejado de respirar. Tan solo fue un instante, pero suficiente para que diera una larga bocanada de aire con un gemido agudo. Se metió en la cama a tientas y cerró los ojos, concentrándose en controlar la respiración y masajeándose los nudillos.

Había empezado. Redimiría esas palabras. Una a una. 

«Y el inocente pajarito llenará de barro las alas al sinsonte».

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