viernes, 17 de enero de 2014

@TargaryenAegon : Aegon el Conquistador.

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Habían pasado dos años desde la Conquista y parecía que la calma y la paz se establecían en Poniente. Dorne tuvo que ser declarado nación independiente. Pero durante una de las batallas de guerrillas contra los dornienses en las Montañas Rojas, el heredero de Dorne había perdido la vida. Algo que no caería en el olvido para los sureños.

Estaba próximo el primer día del nombre de su primer hijo con Visenya, Maegor. El pequeño era el segundo de sus hijos y tenía, con tan solo unos meses, aspecto de que sería un niño fuerte y además era de lo más sonriente. Le gustaban las carantoñas y bromas que le hacía su padre cuando éste pasaba sus momentos con Visenya.
Maegor había hecho que Aegon volviese a pasar más tiempo con Visenya, que volviese a sonreír y a que sus preocupaciones se desvanecieran cuando lo observaba en brazos de su hermosa madre. Pues la relación de Aegon y Visenya se había enfriado un poco cuando su primer hijo, su heredero, lo tuvo con Rhaenys y no con ella. Visenya era valiente y muy orgullosa. Pero también era una mujer que quería a su marido, y aquello le había dolido aunque lo ocultase a ojos de todo el mundo.
Pero Aegon había vuelto a sus brazos, a abrazarla por las mañanas y a mimarla siempre que podía. Se había encargado él mismo de que los preparativos para el primer día del nombre del pequeño fuesen perfectos. Los grandes señores de Poniente estaban invitados al acontecimiento y todos verían como los dragones comenzaban a crecer en número. “Buenos días, mi reina” dijo un feliz e ilusionado Aegon esa mañana a Visenya cuando ella abrió los ojos. “Nuestro pequeño ya tiene su primer día del nombre” Aegon lo sostenía en brazos, acunándolo y cayéndosele la baba mirándolo. ¿Llegaría a ser rey? ¿Sería un rey sabio, justo, bueno…? Tantas preguntas rondaban su cabeza en ese momento. Era la viva imagen de él. Lo dejó en brazos de Visenya, la besó en la frente con unas palabras de amor y se marchó de sus estancias pues pronto comenzarían a llegar los invitados.

Esos días mucha gente recorría los pasillos del castillo. Mozos, doncellas, caballeros, señores, cocineras y hasta mensajeros. Los guardias doblaban sus turnos para que no hubiese ningún tipo de problema. Pero nadie pensó que podría pasar lo que ocurrió ese día.
Visenya había dejado al niño con sus damas de compañía mientras se daba un baño. Aegon venía de haber estado con Rhaenys y Aenys cuando por uno de los grandes pasillos vio a un hombre encapuchado, con viejas ropas por debajo de colores anaranjados que tenía una actitud muy sospechosa. Llevaba algo consigo que lo sostenía contra el pecho con bastante cuidado. Aegon lo siguió y cuando llegó a la altura de donde se encontraba el hombre segundos antes observó que en la habitación de Visenya sus doncellas habían sido golpeadas y el guardia que las protegía yacía muerto en el suelo. Aegon corrió hasta una de las damas “Maegor, ¿¡donde está Maegor!?” La sujetaba por los brazos, con desesperación, no quería pensar en lo peor. La muchacha solo señaló en dirección a la puerta, donde segundos antes el rey había visto a aquel hombre tan extraño.

Salió corriendo en su búsqueda seguido por 5 hombres, bajando con premura por todo el castillo. El tiempo corría en su contra, el corazón parecía que se le iba a salir del pecho. Aegon miraba a todos lados buscando a su pequeño y al bastardo que se lo había llevado. Durante un segundo se le pasó por la mente que aquel hombre procedía del sur, pero eso era una locura “¿Cómo había conseguido entrar en el castillo?” Un instinto le hizo recorrer Desembarco rumbo al puerto. Corría y corría rezando a los Siete que no fuese tarde, que no dejasen que se llevaran a su pequeño, a su Maegor.
Llegó al puerto y a lo lejos, en el último muelle vio al hombre que dejaba al pequeño Targaryen en un pequeño navío de velas naranjas.
Aegon corrió todo lo que pudo, derribando por el camino a todo el que se le cruzaba. Cuando llegó al final del muelle todavía el hombre estaba preparando el barco para zarpar. Un hombre acompañaba al extraño. Con Fuegoscuro, Aegon lo derribó de un solo golpe con la fuerza de toda la rabia acumulada y los hombres que lo seguían detrás acabaron con él. Solo aquel extraño se interponía entre Aegon y Maegor. La lucha duró unos segundos con el rey como campeón de ese particular duelo. Dejó caer la espada al suelo mientras recogía a su pequeño de la cesta donde se encontraba. Los hombres de Aegon vieron que las ropas de los hombres procedían del sur. En ese momento era como si sus ojos se volvieran de un violeta más intenso. Apretó los dientes, mezclando rabia y tristeza por lo que pudo haber sido. Aquel acto Dorne lo pagaría muy caro. Por suerte, esa noche el pequeño volvería a los brazos de Visenya. Desde Desembarco, Aegon volvería a montar en Balerion, El Terror Negro, para llevar el fuego a Dorne.
“Sangre y fuego”

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